viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo 13º Morir a manos de una deidad

  El altar fue hecho añicos. Una representación del mal podía tener poder sólo a través de la adoración.

  Antes de descansar, Altair analizó dos cosas que le llamaban especialmente la atención. La primera era el diario del mago, en el cual había varias anotaciones que le hicieron pensar que iban sobre la pista correcta. Hablando de su señora, la diosa Lolth, dio a entender que él, una tal Smigmal asesina semiorca experta en disfraces, sin duda la que había intentado asesinar a Maia, y la gente que había en la torre de vigía eran una facción aparte, enfrentados contra las fuerzas del Templo del Mal Elemental, con quienes habían llegado a una tregua hasta que éstos asaltaron y ahuyentaron a sus hombres: "Confundieron nuestro ataque con el de fuerzas del mal de otra facción, ¡qué suerte hemos tenido!", concluyó el mago. Además, hablaba en su diario de los líderes principales del templo inferior, "sus odiados enemigos":

  Barkinar. Clérigo de Zuggtmoy. En lo poco que tuvo tiempo el mago de leer se mencionaba la "corrupción de los elementos", y "convertir la neutralidad en maldad". Al parecer Barkinar le había amenazado con lanzar al hechicero malvado a uno de "los cuatro dominios de su señora".

 Deggum era el segundo nombre mencionado, el ayudante de Barkinar. El infame adorador de Lolth, que en estos fragmentos mencionaba ya su nombre como el de Falrinth, tenía más trato más fluido, e incluso después del asalto se vieron en un par de ocasiones. Parece que además de bendiciones oscuras, Deggum controla la magia arcana "por supuesto, no a mi nivel", pero ambos sentían una pequeña conexión al ser lanzadores arcanos. "Ese bastardo de Deggum dice que tienen que haber sido las fuerzas de Iuz del templo inferior, pero no creo una sola palabra suya".

 Senshock, el Alto Comandante y General de las poderosas fuerzas del Templo. También llamado Lord Hechicero del Templo Supremo, parece que fue puesto a cargo del lugar por la propia Zuggtmoy. Pese a ser mago, "se cree tan superior" que apenas se digna a hablar siquiera con Deggum. "Si las cosas se descontrolan, matando a Senshock se acabaría el problema".

 El Comandante Hedrack: También llamado "La boca de Iuz", es el clérigo supremo de esta facción. Sólo coincidió una vez con Falrinth. "Tengo que reconocer que me intimidaba. Quizás el más peligroso de todos los habitantes del templo inferior. Ver el miedo que le tenían sus dos guardaespaldas ettins daba que pensar".

 Por último, mencionaba a Lareth el bello: "He intentado que Smigmal encuentre su guarida y acabe con él. Lo llaman El Ungido, pero ése en verdad soy yo. Ha traído una bestia, comprada en la ciudad de Falcongrís. Al parecer, su muerte se ha predicho que ocurrirá cuando un arma roma destruya su mejor arma. Hay veces que estos adivinos son torpes al intentar rimar y no conseguirlo".

  Tras cerrar el libro, Altair comenzó a inspeccionar la bola de cristal, confiando en que fuera algún sistema de espionaje que le permitiera tener alguna ventaja sobre las fuerzas del mal. Concentrándose, pudo atisbar algunos de los lugares en los que ya habían estado, tanto del templo como de su tierra natal. Pero recordó los consejos de su maestra de magia, su madre, de cuando le hablaba de estos poderosos objetos mágicos. El uso continuado podría provocar daños en sus capacidades arcanas. Por tanto decidió irse a dormir.

  Se levantó inquieto. Y tras todo el día de trabajo ayudándose de Spugnoir, volvió a conciliar el sueño reparador de sus artes arcanas. Pero la mañana siguiente no tuvo más remedio que compartir todo lo que le había ocurrido con sus compañeros:

 "Esta noche he tenido una pesadilla: soñé que os habíais ido sin mi al Templo. Un hombre barbudo, con armadura pesada y una especie de boina me guió junto a vosotros. Habíais bajado por las escaleras que usaba el prefecto Kelno. Allí había una habitación con cuatro puertas y eramos atacados: una hidra que regeneraba sus cabezas acabó con Geoffrey, a Elmo lo aplastó un monstruo parecido al que mató a su hermano, Maia fue destruida por una criatura de oscuridad, y Spugnoir fue aplastado por un elemental de tierra. En ese momento, Grosuk nos cubría enfrentándose a un gigante y huíamos en dirección sur. Entonces llegábamos a una sala coronada por extrañas estatuas, pero de repente surgían unas criaturas de luz contra las que no funcionaban las habilidades de Dánae, que moría al ser atacada por aquellas. Entonces, unos sacerdotes y Ettins nos acorralaban y nos llevaron al templo inferior. Allí, un anciano que expedía un hedor y destilaba maldad, acababa con nuestras almas. Entonces me desperté.

 Aparte, he recordado algo: el culto de Lolth sigue activo. La demonio araña es adorada por algunos elfos malvados pero también en ciertas comunidades humanas. Pues bien, se dice que susurra secretos oscuros desde abajo, y que manda emisarios entre sus alimañas para servir a sus seguidores. Puede que el gusano que escapó fuera un emisario de la misma Lolth. Lástima que destruyéramos tan pronto el altar portátil. Podríamos haber sacado más información. Después de ello, los dos magos estuvimos analizando los grimorios para ver sus conjuros. Bastante avanzado el día, me puse con la bola de cristal. Tomé entre mis manos el objeto y sentí como el Arte recorría mi cuerpo desde mis dedos conectándome con la bola de cristal. Abrí mis ojos sin ver lo que había a mi alrededor y sentí como una zambullida en la magia que manaba desde la esfera. ¿Qué quiero ver? A mi cabeza llegó un recuerdo de lo que nos dijo el prefecto Kelno y pensé en Lareth el Bello. Las imágenes se fueron sucediendo a gran velocidad y, poco a poco, fueron ralentizándose y definiéndose.

 De pronto lo vi: Lareth estaba un altar, rezando impías plegarias. Dos nobles elfos, con los reductos de su armadura, eran escoltados por dos gigantes por un pasillo pequeño hasta un símbolo extraño, un rombo de borde plateado y de interior rojo y naranja, con unos triángulos de color naranja surgiendo de la mitad de cada lado del rombo generando así una extraña estrella. Al llevarlos a ese lugar, los elfos se desvanecieron gritando de dolor, mientras el fuego manaba de dentro a fuera de su carne, y en su lugar un elemental de fuego surge de su interior. La criatura se retorcía pero Lareth le señaló con un extraño amuleto, forzando a la criatura a moverse hacia la habitación central, donde estaba el altar. Tomó luego por un pasillo simétrico al anterior, de modo que forzó a la criatura a entrar en otro símbolo igual,desapareciendo allí en mitad del aire.

 - Otro elemental para el ejército de nuestros amos- dijo a sus asistentes.

 Cuando volvió a la habitación central, se encontró con dos sacerdotes, arrodillándose delante de ellos.

 - Amos. Ya he terminado el ritual. Con suerte, podremos descifrar el enigma del trono, y capturar a la virgen del bien que allí habita. Con eso, conseguiremos liberar a Iuz, quien dirigirá en persona a nuestro ejército. Podremos tenerlo todo listo antes de que llegue la cruzada de Trithereon.

 - Lareth - respondió uno de ellos. - ¿Por qué dices en voz alta nuestros planes? Allí terminó mi visión para evitar ser detectado."


  El silencio se hizo en la tienda de campaña. Sus compañeros se miraban los unos a los otros, y Thalion cerró con fuerza los puños, hasta casi hacerse sangre con las uñas.

  -¡Lolth no existe!- estalló el elfo. -La expulsamos. Acabamos con los elfos oscuros hace tiempo, no es más que un cuento que se le dice a los infantes para que se porten bien. Ella acabó con los drow, nuestros hermanos corruptos.

  -Thalion, escúchame- intentó calmarle el mago-. La diosa de las arañas, como te dije hace dos días, sigue recibiendo culto por parte de humanos y elfos corruptos. Pero ya hemos acabado con ellos.

  -No hemos acabado con ellos, los hemos hecho huir.

  -Ahora lo que importa es la virgen que menciona Altair -zanjó Geoffrey.

  Se hizo el silencio. Todos se miraron los unos a los otros, y Dánae miró hacia otro lado intentando ocultar una sonrisa que sabía que nada agradaría a sus compañeros. Tras respirar, continuó Thalion.

  -Lo que dices es sin duda lo más sensato Geoffrey, pero lo último que nos ha revelado Altair nos hace pensar que la virgen del bien está en peligro. Mientras investigabas, Altair, descubrimos en el primer nivel una sala de los agurios, al este del templo de la tierra. Si éstos no nos predicen que es una trampa o que el mismo Iuz nos espera ahí abajo, entonces bajemos por el Trono. No creo que tuvieras un sueño sin más, Altair. Yo...tuve el mismo sueño. No con la misma claridad, pero eran las mismas imágenes y acababa de igual forma. Sería extraño que ambos tuvieramos el mismo sueño, pero aún más lo es porque en realidad los elfos no soñamos... Puede que la gracia de algún Dios nos acompañe en forma de augurios en sueños, o quizá no hemos sabido interpretarlo. Pero sea lo que sea, creo que hay milagro divino o hechizo arcano detrás de todo esto.

  Galamathan, la barda semielfa que les acompañaba, miró sorprendida hacia el elfo.

  -¿Que has tenido un sueño? Pero si los elfos meditáis. Si hasta los mestizos tenemos problemas para tener algo así.

  - La única respuesta posible es que el poder de un dios se halla abierto paso a través de las brumas para darte esa revelación -comentó Maia-. Y por la descripción del sueño de Altair, dos dioses aparecen en él: Iuz el infame y San Cuthbert, su enemigo.

  Todos se miraron entre sí. El nivel del conflicto había implicado ya la acción de tres dioses. El sueño era sin duda profético.

  Dánae, cuyas emociones pugnaban por salir, no tuvo más aguante, y dijo lo que pensaba desde hacía tiempo.

  - Os lo dije. Desde que entramos con el primo de Thalion y descubrimos el altar. ¡Hay que entrar por ahí! ¡Lo dije! Es la clave. ¿He dicho ya que lo dije?

  - Vale, pero necesitamos un plan -dijo Geoffrey sin cruzar con ella la mirada-. Llamad a Elmo y a los demás.

  Se dividieron en tres grupos. En el campamento base se quedarían Jaroo con los mercenarios y el nada conforme Jamie, escudero de Geoffrey. Un grupo liderado por Elmo se dedicaría a asaltar el templo inferior y generar distracciones en los otros niveles, para que así tuvieran más tiempo el grupo principal: con él iban Sirsirmón, su compañero Ferdigarld, la barda Galamathan, el padre Terjon y Spugnoir. Y por último, para salvar a la virgen de la primavera, irían Altair, Thalion, Geoffrey, Dánae, Groosuk y Maia.

  Al llegar ante el trono ambos grupos se separaron. Se despidieron con la sensación de que muchos de ellos no volverían a encontrarse, y tras todo lo que habían pasado en los últimos meses la despedida era triste y dura.

  Dánae se sentó en el trono. Aunque conocían ya la combinación correcta de baldosas para poder hacer que bajase, el Orbe de la Muerte Dorada le permitía controlar la magia que le hacía descender y ascender. Así, ella y sus compañeros descendieron hasta un lugar que llevaba una década sin ser pisado por mortal alguno.

  El trono llegó a un lugar horrible y desagradable, repulsivo y temible. La mampostería parec ía descascarillada y con manchurrones. Por todo el lugar se esparcían esculpidas formas fungosas con contornos y colores de pesadilla. Cada columna que se alzaba hasta el techo se retorcía y contraía con hongos intercalados. Los muros goteaban repugnantes exudaciones de légamos y babazas. Rojos extraños, amarillos desagradables, pútridos grises y horrendos azules se mezclaban en un vertiginoso remolino sobre el trono por el que acababan de descender, el cual se hallaba junto a otro gran sillón, esculpido para mostrar formas de hongos y humanos gritando de dolor mientras los hongos crecían dentro de su piel, alimentándose de sus cuerpos muertos y en descomposición, o creciendo desenfrenadamente de sus restos óseos.

  A sus pies descendía un estrado de cuatro niveles con una talla en bajorrelieve de la representación de hongos, tizne, légamos, mohos, gelatinas y otras cosas horribles creciendo al devorar una masa compacta de humanos vivos y muertos. La demonia debía haber usado esta zonaa para ver a cautivos y sirvientes, los primeros para dirigirse a cualquier destino inenarrable que les esperase, los segundos emocionados ante el hecho de que les esperase un panorama bien distinto, mientras sirviesen correctamente a Zuggtmoy. Las proyecciones se asemejan a vegetaciones podridas que cubren los muros, y cada una despide una tenue pero penetrante iluminación.

  Altair condujo a sus compañeros hacia una escalinata que descendía a su diestra nada más descender del trono. Algo en su interior le decía que no debían ir hacia el lado contrario, sin duda una advertencia  del propio San Cuthbert.

  Descendieron con cautela, encabezando la exploración Dánae escoltada por Geoffrey y Thalion. Su sorpresa no fue para nada somera cuando encontraron tres columnas altísimas, que entre los muros de mármol negro con vetas rojas del color de la sangre destacaban con un brillo mundano, que llevó a que la antigua saqueadora se emocionase como hacía tiempo que no hacía: "Dinero, éstas columnas están hechas de dinero. No monedas, amigos, sino que parecen compactas... una de electro, otra de oro y la tercera de platino. ¿Sabéis cuánto pueden valer?".

  Tras calmar su excitación, avanzaron, y a diez pasos tras las extrañas columnas, el hall se abrió a una amplitud que doblaba las impresionantes. Un enorme estrado de alabastro translúcido dominaba el extremo opuesto del lugar. Ante esta plataforma escalonada se descubría un dispositivo mágico a lo largo del suelo, un hexágono cuyos dos triángulos equiláteros que lo entrelazaban y el círculo que los rodeaba, parecían estar hechos de electro fundido. Las sobresalientes esquinas de los lados del hexágono del centro brillaban con diferentes colores: rojas, naranjas, amarillas, verdes, azules e índigos. El centro de este dispositivo latía con una luz púrpura pura.

  En lo alto del estrado, un trono de plata lo gobernaba, adornado con cientos de piedras preciosas, que formaban rostros lascivos de demonios, calaveras, hongos y dibujos similares, de todos los colores, tamaños y formas. Junto a su asiento un tapiz de un púrpura intenso, trabajado en rojo, verde, ocre y blanco, mostraba la ya repetitiva pero no por ello menos angustiosa variedad de hongos que acompañaba este nivel. Resultaba difícil discernir detalles del trono o del tapiz posterior, ya que el extremo oeste de la habitación estaba tenuemente iluminado y envuelto en una neblina negra.

 Conforme los aventureros se aproximaban evitando tocar el símbolo místico del suelo, atisbaron una pequeña mujer fea y gorda sentada en el trono, casi imperceptible en el enorme asiento. De repente, se encogió y chilló, gritando:

  -¡No os llevaréis mi tesoro!Podéis llevaros mi pilar de electro. ¡Marchaos!
  - Tranquila, mujer. Hemos venido a salvar a la virgen de la primavera -habló Thalion sin dar tiempo a que ninguno de sus compañeros hablase.

  Dánae miró al elfo con los ojos muy abiertos y sorprendidos. Respiró con intensidad. Detrás de ellos, Altair se movía inquieto, sin que nadie se fijase en la lucha que se estaba produciendo en su interior.

  - De acuerdo, ¡llevaos la de oro! ¡Pero marchaos, y dejadme en paz.
  - Por favor, cálmaese. No queremos llevarnos nada que sea suyo.

  La sorpresa de Dánae aumentaba. ¿No sabía el elfo el valor de los pilares? ¿No lo había avisado? Miró hacia atrás y no prestó atención alguna a los sudores que recorrían la frente del mago.

  - El favor os lo pido yo a vosotros. El de platino. ¡Os regalo el de platino! Pero dejadme en paz.
  - Señora -interrumpió esta vez Geoffrey-. Insistimos en que no queremos robarle nada.
  - ¿No queréis aceptar mi trato?
  - ¡Quieres callarte y escucharlos! -gruñó Groosuk a su espalda.
  - ¿Rechazáis mi oferta?
  - Sí, la rechazamos. No tiene que darnos nada, no estamos aquí para robarle -dijo Geoffrey algo intranquilo.

  En ese momento, un rayo salió del centro del símbolo del suelo, impactando a la anciana y vaporizándola con una fuerza que pareció ascender a través del suelo del templo hasta crear un fino agujero que había atravesado todo hasta llegar a los cielos. Todos se quedaron estupefactos mirándose los unos a los otros. El rostro del mago no mostraba signo alguno del esfuerzo que había estado haciendo, ni recordaba haber hecho nada, por lo que ni él ni sus compañeros le prestaron atención alguna.

  La incertidumbre ante lo desconocido y el miedo ante poderosas fuerzas primigenias dieron paso a la curiosidad. Necesitaban comprender, y por ello inspeccionaron el lugar. Debajo del templo no había nada extraño. Geoffrey y Dánae ascendieron seguidos de cerca de Thalion, mientras Groosuk se quedaba cerca del hechicero y la sacerdotisa por si éstos necesitaban protección.

  Llegaron ante la cortina de terciopelo. Recordando problemas del pasado, por si tomaba vida, decidieron no tocarla con sus manos. Dánae sacó su espada corta y descorrió con calma el velo, sólo para encontrarse detrás a la temida Zuggtmoy en todo su esplendor. Raíces enredadas en una maraña putrefacta donde debieran estar sus piernas, torso de mujer acompañado de varios tentáculos prensiles que parecían surgir de su espalda, y un rostro bello coronado con dos extraños cuernos que tapaban parcialmente una cabellera fungoide que se alzaba a tres metros de altura del punto más bajo de lo que otro ser tendría como pies.

  Las palabras salieron de la boca de Dánae en un estertor de miedo, con un banal "¡uy, coño!" que dio que pensar a quienes no estaban afrontando el horror que tenía ante ella que no era tal el peligro que se le cernía. "Dame el orbe de la muerte dorada", rugió con una voz más allá de esta realidad, pero Dánae intentó usar en ese momento los poderes de la calavera contra su creadora, quedando el futil intento en que su voluntad tuvo que luchar contra cierta compulsión a entregárselo. Dio un par de pasos hacia atrás, lo suficiente como para que Geoffrey se abriera paso para defenderla, y con una velocidad que parecía impropia de tan enorme criatura lanzó dos tentáculos que agarraron las extremidades del caballero, lanzándolo bajo sus raíces y aplastándolo, de forma que apenas quedó un hálito de vida en su interior. Thalion rugió entrando en combate, y otras dos raíces surgieron de detrás de la espalda de Zuggtmoy. Intentando defender a sus compañeros se dio cuenta de algo importante, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca Dánae y Geoffrey salieron corriendo dejando atrás al elfo delante de la demonia de la podredumbre, de forma que sólo una mirada de comprensión por parte del mago de que algo importante se iba a decir fue lo último que el mirmidón elfo compartió antes de que la vida se le escapase aplastado por la siniestra divinidad.

  Altair se dio cuenta de que la bola de cristal que había usado para explorar toda la zona era una trampa urdida por la propia Zuggtmoy. Todo el tiempo había sentido en su interior la llamada para venir a esta zona, y el objeto, que creía haber dejado en el campamento, estaba en su mano compeliéndole a convencer a su compañera de que le entregara el artefacto maldito a su creadora. Con un esfuerzo supremo, y tras la muerte de su compañero, arrojó con fuerza contra el suelo la bola, cuyos cristales se esparcieron con violencia.

  La diosa miró a todos, y lanzó un encantamiento que la volvió invisible ante los ojos de los presentes. Maia cogió a Altair y tiró de él hacia la salida por donde habían venido, mientras Groosuk corría a recuperar el cuerpo de su amigo caído.

  - Groosuk, te dejo aquí una poción de curación para que se la des a Thalion -dijo Geoffrey en mitad de la carrera, dejando el objeto en el suelo.

  Dánae y el caballero pasaron más allá de las columnas, y comenzaron a ascender por la escalera hacia la habitación por la que habían bajado. Altair retrocedió detrás de las columnas y lanzó un hechizo que le permitía ver a las criaturas invisibles. Y gracias a esto vio cómo Zuggtmoy se movía por las paredes hasta llegar al techo, haciendo que sus raíces se adhiriesen como siniestros tentáculos prensiles. Y se colocó esperando justo encima de la poción.

  - Groosuk, no cojas la poción. Zuggtmoy te está esperando ahí.

  Los ojos de la diosa se cruzaron con los del mago con una mirada de odio que hizo temblar al viejo marinero. Cayó al suelo y reculó brevemente, pero también se dio cuenta de que la demonia no avanzaba más allá de las columnas.

  - Por el lado sur, allí no te cogerá.

  Zuggtmoy lanzó un rayo místico, que habría hecho que cualquiera se diera la vuelta y corriese en el sentido contrario. Pero el entrenamiento como bersérker de Groosuk surtió efecto, y sus pasos no se vieron en absoluto mermados hasta llevar al cuerpo de Thalion junto a sus compañeros en la sala central, delante del trono. Descubrieron que aquél con el que habían descendido no estaba en la habitación.

  Delante del cuerpo de su amigo, cuya alma estaba ya de camino al reino de Corellon Laethian, se miraron los unos a los otros. Fue Altair quien rompió el silencio.

  -Justo antes de morir, nuestras miradas se cruzaron. Lo siento, parece ser que la bola de cristal en verdad daba cierto control sobre nosotros. Como Thalion me la entregó, Zuggtmoy consiguió abrirse camino a sus sueños, y ha intentado guiar mis pasos. No quería en ningún momento que tomásemos ese pasillo, por lo que supongo que la salida estará por ahí. Pero Thalion... él antes de morir había descubierto algo. Y no le dio tiempo a contárnoslo.

viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 12º El orbe de la muerte dorada

El inicio del camino se hizo en últimas horas antes del alba. Si algún agente del mal estaba aún presente en el pueblo se fijaría sin duda en una comitiva numerosa. Por tanto decidieron tener una avanzadilla, que la componían Altair, Dánae, Geoffrey, Thalion, Spugnoir, Maia y Elmo. A ellos acompañarían tres de los mercenarios, el escudero de Geoffrey y el Padre Terjon, quienes comenzarían a peinar la zona de acampada, cuidando de las monturas de la primera expedición mientras llegaba la segunda, dando tiempo para que los aventureros iniciasen su incursión.

Al salir de Hommlet una figura se acercó a su espalda corriendo. La barda Galamathan llegaba en una agotadora cabalgada para informar a sus compañeros de la cruzada. Agotada por el viaje no permitió que la dejasen atrás, había mucho en juego. Lo que no sabían sus compañeros es que la semielfa pretendía que acabasen pronto con el mal por otros fines, unas motivaciones ocultas que quizás jamás llegasen a descubrir.

El viaje transcurrió sin percance alguno. Ayudaron al montaje inicial del campamento y Elmo peinó la zona. Al llegar a la entrada de la cueva, unas huellas de poco más de un día delataban movimiento e inseguridad de su campamento. Confiando en los sentidos realzados de Dánae, siguieron por el ya trillado camino hasta llegar al segundo nivel subterráneo del templo, a las puertas del templo del agua. Sólo con cinco capas en sus haberes, decidieron avanzar Maia, Galamathan y Altair, escoltados por Geoffrey.

Al llegar a la sala principal encontraron que ésta había tenido algún tipo de actividad, puesto que la cortina que daba acceso a la sala de la piscina estaba quemada. Con las bendiciones pertinentes, entraron el mago y la semielfa, inmunes a su control mental. Los conjuros por ellos preparados para la ocasión no fueron suficientes, y todo parecía haberse hecho en vano. Maia entró corriendo en la sala y lanzó otra bendición sobre la criatura, pero ésta sometió la voluntad de la sacerdotisa. Lanzó un encantamiento sobre Galamathan y Altair, no siendo capaz de superar la férrea voluntad del mago pero sí la de la barda, a pesar de su resistencia racial. Geoffrey comenzó a tirar de ella, sólo para ver que era víctima de otro conjuro, pero el anillo que Dánae le había dejado brilló levemente y no surtió ningún efecto ni tuvo que hacer una lucha mental para sobreponerse a la plegaria a Trithereon. Angustiado, Altair cogió el cinto de la paralizada, lleno de viales de agua bendita, y lo dejó caer en la piscina, terminando así de destruir a la criatura y sacando a la semielfa de la habitación antes de que una nube de ácido estallase impregnando las paredes. Una vez pudieron entrar, vieron que la escritura del techo había desaparecido, aunque gracias a la memoria de Altair pudieron reconstruir el siguiente pasaje:

Sobre tres, bajo seis, descansan nueve - pero nunca nadie los verá.
Vil Bondad oculta por Justa Maldad por toda la eternidad.
¿Responderás, La que Responde? ¿Dónde está tu poder, rezar?
  Con el cachorro de Mitrik y de ahí hasta el fin de los días

Regresaron al campamento, compartiendo las nuevas con el Padre Terjon. Spugnoir aprovechó para hablar con Geoffrey sobre la hermana de Jamie, ya que el caballero le había cortejado antes, puesto que juntos compartían paseos por las noches, y el guerrero de Hieroneus le dio su bendición. No habiendo llegado aún el resto del grupo, inspeccionaron de nuevo la zona, encontrando pisadas frescas de bípedos reptilianos del tamaño de hombres. Inquietos, pero con una misión que cumplir, almorzaron y volvieron al acceso oculto del tercer nivel.

Spugnoir volvió invisibles a Dánae y a Thalion, quienes avanzaron con cautela. Horas a través de pasadizos serpenteantes les desorientaron, y sus compañeros les seguían a cierta distancia avanzando sólo cuando uno de ellos les susurraba que así lo hicieran.

Llegaron a una zona donde la roca pasaba a estar cubierta de mampostería, y aumentaron las precauciones. Al llegar a una sala amplia, un inmundo ser medio reptil medio gallo pareció ver a través del velo de la invisibilidad, y casi de la nada cruzó su mirada con Thalion, quien sintió cómo su sangre comenzaba a espesarse y su piel a endurecerse. Desvió la mirada en el último momento y retrocedió corriendo para avisar a sus compañeros sólo para ver un reguero de llamas correr por las paredes y encender unas teas que iluminaron perfectamente la habitación. Elmo desoyó el consejo del elfo y se lanzó para acabar con la criatura, seguido de Geoffrey. Altair lanzó un poderoso golpe de rayo, que además de al monstruo alcanzó a Dánae, quien absorvió toda la energía pasando a brillar, de modo que con la invisibilidad era una silueta que manaba luz.

Dánae fue la primera en darse cuenta de varias cosas. La primera, que en la sala había dos puertas. En segundo lugar, que detrás de una de ellas se había asomado una mujer. La tercera, que junto a la otra un extraño ciempiés había salido por un pequeño agujero, mirando todo con la atención que una de esas criaturas jamás tendría. Lo último, que el basilisco, pues eso era el monstruo contra el que estaban luchando, no era más que una ilusión, y así lo dijo a sus compañeros. Pero estos no conseguían llegar a creerlo, y tanto Thalion como Geoffrey quedaron petrificados por su mirada, de modo que todos los que eran víctimas de la ilusión los veían como estatuas de piedra, y los que no simplemente los veían paralizados.

El combate se recrudecía, y Dánae se dio cuenta de que el ciempiés había desaparecido. Oyó cómo alguien pronunciaba un conjuro detrás de la misma, y se acercó corriendo a abrirla, pero no pudo. Comprendiendo que había sido cerrada con llave, intentó forzar la cerradura, sin éxito por su parte. A su espalda, el caos se estaba formando entre quienes no habían superado la ilusión y quienes estaban explorando la habitación de enfrente, donde no encontraron a nadie. Thalion sospechaba de alguien invisible, correctamente, pero una figura femenina se materializó a la espalda de Maia asestándole una hábil puñalada junto a los pulmones, a la que sobrevivió gracias al anillo protector que había conseguido. La figura salió corriendo, perseguida por Geoffrey, Elmo y Altair, sólo para ver cómo se volvía invisible en el camino de huida.
La figura que huyó era Smigmal Manorroja
Asesina orca

Thalion estaba preocupado por el campamento del exterior. Pero un lanzador de conjuros se ocultaba tras la puerta que no habían conseguido aún abrir. Dánae entró a través del hueco del ciempiés, convertida en una sombra, para encontrar una habitación típica de un lanzador de conjuros con varios estantes llenos de criaturas embalsamadas, un mapa con inscripciones en los lados, una cama enorme y, justo en la esquina opuesta, de nuevo al ciempiés, que volvió a escurrirse por un agujero. Se giró hacia la puerta sólo para darse cuenta de que delante de la misma había una especie de barrera de aire sólido, que impedía que su mano llegara al otro lado. Volvió a salir sólo para que el extraño conjuro terminase, de modo que definitivamente podían entrar.

Registraron la habitación, y la que antiguamente era una asaltadora de tumbas se puso a intentar descifrar las extrañas runas que bordeaban al mapa que había en la pared. Una llamarada quemó el mapa y salpicó a todos los que estaban en la habitación, pareciendo que las letras que Dánae leía estallaban. Al menos, sirvió para ubicar la zona en la que estaban respecto a lo poco que conocían del tercer nivel.

Thalion encontró un pasadizo por donde había desaparecido el ciempiés. Comenzaron a seguirlo sólo para que Dánae escuchase otro lanzamiento de conjuros. Preparados para lo peor, llegaron a una habitación con varios objetos de distinto tipo, entre los que se encontraban una caja metálica cerrada sobre una mesa, y varios pergaminos y libros desperdigados. Altair aprovechó para percibir magia, encontrándose con que redomas, libros, pergaminos y múltiples objetos rezumaban de esencia mágica. Dánae forzó la cerradura de la caja metálica, y cuando metió la mano en el interior inspeccionando otras posibles trampas, su mano rozó un objeto, que no se pudo resistir a coger directamente, una pequeña calavera de oro con varios agujeros a lo largo de lo que sería una diadema en su frente, y conforme lo tomaba en su mano automáticamente le hablaba diciéndole quién era, qué poderes tenía y qué hacer para que funcionase el descenso con el trono de la planta superior del templo. Se trata del Orbe de la muerte dorada, una reliquia del mal, que Maia y Geoffrey se niegaban a tocar.

En ese momento, recordaron la profecía, pues sin duda en ella está la clave para la destrucción de este objeto del mal:

Los Dos unidos, en el pasado,
un Lugar por construir y conjuros por
lanzar. Su poder creció, y conquistó la tierra
y a las gentes a su alrededor, tal como
habían planeado.
Una llave sin cerradura ellos hicieron de
oro y gemas, y la cubrieron de conjuros:
un instrumento para ser empuñado por
hombres, para forzar a los poderes del Bien
a someterse.
Sin embargo, llegaron ejércitos, sus armas
desnudas, mientras el mal aún no estaba
preparado.
El Ciervo fue seguido por las Coronas y la
Luna, y gentes de las ciudades.
Los Dos fueron divididos; uno escapó pero
Ella, cuando llegó el día del juicio, rompió
la llave y guardó las piezas en cuatro cajas,
con mágicas cerraduras.
Al hacerlo, Ella quedó atrás mientras Él
escapaba. Fue encerrada entre los suyos;
su guarida se convirtió en su prisión y
desesperación.
El Lugar fue derruido, destrozado y
olvidado, encadenando el corazón del
poder del mal – pero la llave nunca fue
encontrada entre los escombros.
Él no sabe donde mora Ella en nuestros
días. Ella prepara el camino de sus esbirros,
el modo de levantar de nuevo Su Templo
con herramientas de carne, con hombres
mortales.
Muchos se han ido ya para morir en agua,
llama, en tierra o cielo.
Ellos no dieron con la llave de los ancianos
que debe ser encontrada – el orbe de oro.
Ten cuidado, amigo mío, porque tú
fracasarás, a no ser que tengas los medios
para buscar y encontrar las cuatro cajas, y
entonces escapar para siempre jamás.
Pero con la llave, podrías conseguir echar
abajo Su poder y codicia.
Destruye la llave y, cuando lo hayas hecho,
regocíjate, habrás ganado la batalla.


  Dánae asumió la responsabilidad de convertirse en la portadora del infame objeto. Éste le transmitió sus poderes, grabando como un hierro al rojo sus capacidades en la mente de la psiónica:
  - Intimidar a los sirvientes del mal más caótico.
  - Obediencia de estos sirvientes.
  - Envenenar con su contacto a quien desee.
  - Discernir la moralidad de quien quiera.
  - Averiguar si lo que dice alguien es mentira.
  - Control sobre el trono de la planta baja del templo, para bajar o ascender con él de las profundidades.

  Sus compañeros registraron el laboratorio del malvado mago, y encontraron multitud de objetos, entre los que destacó una bola de cristal. Thalion se la entregó a su compañero Altair: "Con un objeto como éste, el mago de mi tropa averiguaba dónde atacar al enemigo".

  Cogieron todo lo que pudieron con prisa, por si volvían los dueños de la zona con refuerzos.

  Al volver al campamento, les informaron de que habían escuchado un aleteo extraño. Sobre las copas de los árboles, con el eco de la colina cercana, alguna criatura grande había estado planeando. ¿Habría visto a los integrantes de la avanzadilla?

  Comenzaron a inspeccionar las cosas que habían traído. Una extraña caja resultó ser un altar plegable, en cuyo interior escondía la figura grotesca de una elfa de piel oscura con cuerpo de araña. Thalion miró aterrado, y ante su negativa de reconocer de qué se trataba la sabiduría del mago aclaró el tema: se trataba de Lolth, una diosa de los desaparecidos Drow, los elfos oscuros que murieron sepultados hace varios siglos. Al parecer, varios humanos malvados seguían adorándola, así como elfos de corazón corrupto.

lunes, 23 de abril de 2012

Capítulo 11º De asuntos pendientes, cruzadas y preparaciones para un gran final

Sirsirmón "el seguro.
  Con Groosuk gravemente herido, Geoffrey con los restos de Cortafrío sabiendo que el tiempo jugaba en su contra para poder rescatar el alma de su espada y Elmo deseando ir a Hommlet para preparar en el día de la Vieja Fé un digno funeral a su hermano, los héroes decidieron dividirse yendo unos cuantos a la aldea y quedándose los demás para hacer varias incursiones relámpago. Previniendo que no fuesen como una fuerza excesivamente debilitada, Elmo propuso a los aventureros que le habían acompañado a proteger a los caballos que si alguno se proponía como voluntario para ir con los que se quedaban, y el pequeño gnomo pertrechado con una armadura de mallas que respondía al nombre de Sirsirmón "el seguro" se unió a los expedicionarios.

  La ruta hacia Hommlet fue dura por la tristeza. Más parecían una comitiva fúnebre, pese a que el único cuerpo que portaban estaba vivo.

  Los incursores se dirigieron a la casa del pantano, accediendo a la torre desde la entrada secreta. Su camino se detuvo cuando el elfo Thalion, en cabeza de la expedición, se paró al notar algo extraño. Dánae se adelantó y agudizó sus sentidos con sus extraños poderes, viendo que las lianas que ocultan la entrada a la gruta misteriosa conservaban parte del movimiento de que alguien las hubiera tocado. Su oído le trajo los pasos chapoteantes del riachuelo interior, algo corría alejándose. Ascendieron a toda prisa sólo para encontrar la caverna desierta. Al peinar la zona encontraron dos huellas recientes: en los sedimentos debajo de las lianas y en la pasadizo de acceso al tercer nivel del templo, el cual aún no habían explorado. El gnomo pegó su oído a la puerta secreta y oyó en la lejanía pasos, por lo que el grupo temió que dieran la alarma. Sin atreverse a seguirlos, decidieron pasar la noche en la torre de vigía, bajo los nidos de los cuervos gigantes.

  La primera guardia se vio turbada por un enjambre de ratas, que intentó entrar por debajo de la puerta. La espada llameante de Thalion los puso en fuga, no sin antes acabar con varios. Pero en la tercera guardia, el grito de alarma de Maia heló la sangre de todos cuando al levantar la vista la vieron enfrentarse con una criatura de oscuridad y ojos rojos, como la que habían derrotado en el antiguo templo del aire. Lanzaron sus ataques con prestreza, sólo para ver a la sacerdotisa de Trithereon caer malherida. Su amor, Altair, la salvó en el último momento. ¿Qué hacer entonces? ¿Volver? No, no podía ser así. Maia no lo permitió. Quedándose en la retaguardia, básicamente sólo con bendiciones de curación y alguna protección, acompañó a los héroes por la mañana de nuevo al templo.

  Bajaron hasta el templo. Se dirigieron hacia donde había caído Otis, y encontraron la habitación limpia de cadáveres, pero con restos de una masa casi transparente que al tacto devoraba la carne. Ahora llegaba el momento de hacer para lo que se habían quedado, destruir al tritónido extraño del impío lugar.

  Entraron Altair y Dánae, sujetos con una cuerda y protegidos por las bendiciones de Sirsirmón y Maia. El mago, además, lanzó un encantamiento que permitía que su mente se zafase de trucos de invisibilidad, por lo que vio que la masa de agua no era en verdad del color que sus compañeros percibían, sino de un tono plateado, y que oculta en su superficie un extraño rostro se reía de ellos. Antes de avanzar más, un rayo surgió de entre los dedos del mago, impactando sobre la criatura de agua, salpicando su ácido, pero sin hacerle daño alguno. Dánae probó con su anillo, que despidió chispas, pero tampoco consiguió nada. Fue entonces cuando probó a usar el poder de congelar las cosas, y vio así Altair que la criatura se ralentizaba poco a poco con el frío hasta llegar a paralizarse. Y en ese momento, se dio cuenta que tras el domo de coral verdoso que había sobre la criatura podía entrever gracias a su magia ciertas letras ocultas. Dánae usó otra vez el poder de su mente, esta vez para mover uno de los martillos del gnomo hacia el coral, golpeándolo hasta dejar a vislumbrar el texto, "Vil Bondad oculta", antes de quedarse sin energía y recuperar el arma. ¡Había más, pero sus capacidades estaban mermadas!

Altair luchando contra el control mental
  Descansaron una jornada más, con las fuerzas mágicas retomadas.Volvieron, protegidos con las bendiciones protectoras de Trithereon y del extraño dios gnomo.

   Dánae rompió el escrito oculto tras el muro, mientras Sirsirmón usaba sus plegarias para descubrir que todos los milagros relacionados con el agua afectaban a la malvada criatura. El mago, atado con una cuerda, entró a leer lo que Dánae había desvelado, pero fue controlado por el ser. Cuando su pie tocó el ácido, fue arrastrado de vuelta por sus compañeros quienes así consiguieron salvarle de una muerte cierta. Lamentablemente no pudo leer nada.

  Siguieron avanzando por el sector nordeste, y encontraron las dependencias del templo del aire. Allí, todas las criaturas habían sido masacradas y el sacerdote Kelno, único superviviente, se había vuelto loco y sobrevivía de devorar los cuerpos de sus antiguos seguidores. Custodiando un acceso al tercer nivel, fue hecho prisionero e intentó comprar la lealtad de los héroes para que mataran al Canonés Belsornig, del templo del agua. Al parecer, éste lo había utilizado como le había venido en gana, haciendo que sus soldados fueran la punta de lanza contra el ataque al templo de la tierra, y atemorizándolo con que había contratado a sus osgos para que lo traicionasen. Eso condujo a que el propio Kelno mandase que la mitad de sus tropas, las menos leales, fueran destrozadas por la otra mitad, y que los que quedasen fuesen ajusticiados por el guardaespaldas de honor de Kelno, sólo para que el sacerdote acabara con su vida temiendo también por esta traición.

  Lo prepararon como prisionero, y Maia lo dejó inconsciente para poder interrogarlo con más detalle. Decidieron hacer una última incursión antes de volver, en la que arrasaron con un grupo de bandidos de los templos inferiores, apostados en el segundo nivel. Fueron masacrados todos menos tres, ajusticiando Maia a un semiorco que parecía dispuesto a colaborar y que había asesinado al líder de esta expedición. Uno estaba a punto de escapar cuando Dánae lo cazó en la habitación donde una gigantesca estatua de minotauro de casi tres metros cobró vida a su espalda y casi la partió por la mitad. Thalion y Altair le ayudaron, acabando con la vida de esta infame criatura del mal. Cuando intentaron sacar alguna confesión, parece que los únicos que sabían algo de los templos inferiores eran el líder y el semiorco, por lo que quedaron ciegos de respuestas.

  Volviendo hacia Hommlet con los prisioneros, vieron que hacia el templo se dirigía una caravana de comerciantes. Se escondieron antes de que les vieran y de este modo averiguaron que eran agentes del templo que venían de Verbobonc, a informar de que en esta ciudad se estaba preparando una cruzada. La magia de Altair permitió hacer prisioneros, mientras que las flechas de Dánae y las piedras de honda de Sirsirmón acabaron con el jinete que iba a fugarse para informar. Thalion acabó el cuadro con quienes intentaban huir de forma apresurada.

  Llegaron a la aldea, habiendo perdido sólo a dos prisioneros, a quienes no vieron marca de herida ninguna. Allí se encontraron con Rufus, que los escoltó a la torre, intentando que fueran vistos lo menos posible.

  Y comenzaron los interrogatorios.

 Al parecer, el único con información relevante era Kelno. Sabía que en el cuarto nivel del Templo se estaba preparando un ejército con gigantes, ettins y demonios, presto para arrasar la zona cercana. Conocía un camino para llegar, y en su locura lo confesó todo.  Los comerciantes iban a traer la noticia de que un ejército de cruzados se estaba preparando en Verbobonc, por lo que urgía que las tropas del mal iniciaran un asalto a las cercanías. Esto fue confirmado por Geoffrey dos días después.

  El viaje a Verbobonc de Geoffrey fue provechoso, pero trajo malas noticias a sus compañeros. Cortafrío podría ser salvada, pero tras entregar otras diez mil piezas de oro, y ya habiendo él dado su anillo de protección y Elmo, en honor a la misión de su hermano, el hacha mágica de Otis. Y el problema es que en menos de dos semanas llegaría a Hommlet una cruzada de Trithereon para asaltar el templo, encabezada por el propio Vizconde, y tres semanas después la de San Cuthbert, ésta liderada por el Obispo de Veluna. Sin duda, las fuerzas malignas aprovecharían para huir en ese momento, por lo que tocaría modificar la estrategia a seguir.

  Los mercenarios al servicio de los aventureros podrían levantar un campamento en las cercanías del templo, donde se lo dijeran, y quedarse allí con las monturas y con Jamie. A su grupo se uniría para esta expedición el Padre Terjon, Jaroo, Elmo, Spugnoir, Solamon y Maia. Los extraños poderes de Dánae parecían funcionar ya en Groosuk, por lo que su fuerte brazo también sería parte de la expedición. ¿Qué rutas tomar?

 

jueves, 22 de marzo de 2012

Capítulo 10º El fin de los templos menores

  Dos de los templos menores quedaban en pie. Del templo del aire nada sabían, y del templo del agua la promesa de venganza hecha al difunto Wonillon. Y las cosas comenzaron a ponerse preocupantes, puesto que Alastar y Thingur tuvieron que marcharse a otras tierras a través de senderos poco transitados, puesto que habían descubierto que una hermandad de asesinos andaba tras el elfo por sus inusuales capacidades.

  - Mi presencia sólo pondría más difícil vuestra misión.
  - Y si pasas por ciudades acabarás muerto. Déjame que te lleve por senderos inexplorados por los que no nos podrán seguir.

  Otis viajó al pueblo, para advertirles que los agentes del mal vigilaban con cuidado el acceso desde Hommlet. Al parecer, el pueblo estaba quedando prácticamente desierto, y no era infrecuente encontrarse un cuerpo apuñalado portando una capa de alguno de los templos menores, aunque del que menos había visto era del templo del agua.

  Para ilusión de Altair, decidieron ir a Verbobonc y allí rentar un navío. La suerte parecía estar de su lado, puesto que encontraron un barco a la venta, sin demasiados daños estructurales, y el mago buscó una tripulación a la que capitanear.

  Llegando a Nulb fueron atacados por piratas, en una emboscada que de no haber tenido la magia de su lado podría haber costado los bienes y la vida a la tripulación.

  Las cartas del capitán lo señalaban como agentes del Templo del Agua, y habían portado hacía sólo unas estaciones a un miembro de los Templos Inferiores: Lareth el Bello. Éste transportaba una bestia comprada en los arrabales de la ciudad de Falcongrís, y la traía enjaulada y tapada, nadie sabiendo de quién se trataba,
  Acordaron dejar a Groosuk y Jamie anclados en el barco capturado cerca de la orilla donde había estado escondido el otro bajel a la espera del asalto. Con ellos se quedadon los dos prisioneros para poder así vigilarlos. Los demás irían en el barco mercante. El plan era que Altair se encargase de fichar una tripulación apropiada en Nulb que les ayudase a remontar el río con los dos barcos, acompañado por Jamie y los marineros supervivientes. Y mientras esto se hacía, Dánae, Thalion, Geoffrey, Maia y Spugnoir visitarían el templo del mal elemental para avanzar algo en la investigación, de modo que cuando volviesen podrían asaltar el templo del agua. Para eso, dejaron a Geoffrey el anillo de protección recién adquirido, para que se discutiese sobre el reparto de tesoro a la vuelta.

  Así, partieron hacia los niveles superiores. Fueron a la habitación de las Stirges, acabando con todas ellas. Allí encontraron el objeto cuyo brillo había detectado Dánae, un anillo que despedía magia. Geoffrey probó a experimentar con él. Tras varias pruebas, cuando se concentró en que el anillo provocase algún tipo de llama, éste desplegó chispas delante del guerrero provocando serias quemaduras en la pared hacia donde apuntaba. Se lo dio a Spugnoir para que él lo probase, pero no provocó efecto alguno. ¿Sería como Cortafrío, que sólo funcionaría en manos de alguien de corazón puro y nobles intenciones? Tras esto, exploraron el pasadizo secreto, el cual daba a un pequeño pasillo que acababa en una pared. Buscaron puertas secretas y encontraron otra, cuyo funcionamiento sólo se producía desde el otro lado. Aprovecharon antes de bajar, mirando la sección surdeste, en la cual no vieron nada útil ni peligroso.

  Al bajar al segundo nivel, encontraron la puerta principal imposibilitado su paso, debido a la instalación de una cerradura nueva. Dánae desactivó una trampa que estaba preparada para cuando alguien la intentase abrir, pero la nueva cerradura se le resistió. De este modo, decidieron avanzar por donde les habían dicho que encontrarían un buhoso. Thalion se asomó con cuidado, cuando una hidra saltó hacia él rugiendo con una tremenda violencia. El elfo se adelantó, y comenzó a soltar tajos hasta acabar con un par de cabezas, pero no fue lo suficientemente rápido como para evitar ser herido. Dánae y Geoffrey saltaron en su ayuda, quedándose Maia vigilando el pasillo, y no tuvieron respiro alguno pues cuando acabaron con el monstruo, un inmenso troll ocupó su lugar en la lucha. Spugnoir se acercó y lanzó un conjuro, haciendo que de la punta de sus dedos se abriera un arco de llamas, el cual no dejó marca de daño alguno en la criatura. Thalion y Geoffrey intentaron proteger al mago con sus armas, pero el troll acabó dando un zarpazo contra la cabeza del arcano, dejándolo en el suelo a un paso de la muerte. Maia lo retiró y cerró sus heridas, dejando al hechicero debilitado por la gravedad de los daños, sólo para descubrir que del otro extremo del pasillo un buhoso se acercaba presto a la carga. Ella y Dánae le cerraron el paso, pero su cuidador, un troll con una pica enorme, atacaba por encima de la criatura. La situación se agravó cuando otro troll, aún mayor que sus congéneres, apareció por donde la hidra estaba en primer lugar, de modo que la pinza se cerraba sobre los héroes. Spugnoir se hizo invisible, Thalion acabó con el cuidador de la hidra, y los demás mataron al buhoso. Thalion interceptó al líder de los trolls cuando pasaba por su lado, saliendo de la ocultación que la capa élfica le proporcionaba. El elfo y Dánae siguieron los pasos de Spugnoir, cayendo malheridos por sendos rivales, de modo que Geoffrey y Maia quedaron espalda contra espalda, a un paso de la muerte la sacerdotisa. El tiempo estaba en su contra, sus amigos podrían morir desangrados, pero Geoffrey acabó con su contrincante y pudo apoyar a la sacerdotisa contra el troll restante. En ese momento, Thalion se levantó del trance mortal con una sensación extraña en su garganta. Se incorporó a toda prisa y corrió hacia Dánae, a la cual se encontró inconsciente pero medio incorporada, y con uno de sus frascos de curación levitando en el aire vertiendo el contenido en su boca. Aprovechando su invisibilidad, mientras sus compañeros terminaron de derrotar a las criaturas, les quitaron sus protecciones mágicas y quemaron sus cuerpos, Spugnoir echó un vistazo al pasillo que se abría al suroeste, y volvió con sus compañeros. De los tres trolls, sólo el primero con el que acabaron llevaba la ropa de uno de los templos: el del agua. Registraron las habitaciones de donde habían salido los trolls, y cogieron los objetos de los que manaban magia. Aparte del anillo de resistencia al fuego, encontraron un collar que tenía encantamientos de abjuración y, al ver el anillo antes recogido en la habitación de las estirges, descubrió en él había tanto la esfera de evocación como la de ilusión.

  Volvieron al barco y decidieron dividir el tesoro. Lamentablemente, la incursión produciría que Thalion y Dánae necesitarían más de dos semanas de descanso antes de hacer el asalto al templo, por lo que aprovecharon para llevar el bajel capturado a Verbobonc y a que Altair analizase mágicamente los objetos conseguidos. De las cosas mundanas, Dánae dijo de quedarse con uno de los dos objetos preciosos que habían aparecido: un cinturón enjoyado cuyo valor ascendía de las cinco mil piezas de oro. Spugnoir expresó su desacuerdo, al argumentar que le habían dicho que él se llevaría una parte equitativa del tesoro, pero Dánae intentó argumentarle que si él se quedaba con pergaminos no veía por qué ella no podía quedarse con unas gemas que potenciarían sus capacidades. Maia apoyó parcialmente al mago, diciendo que quizás deberían aclarar que el grupo se quedase con una parte mayor que el diezmo, y que de ese dinero deberían si acaso guardar las gemas para su compañera. Thalion dio a entrever al mago que o aceptaba la manera de hacer las cosas de sus compañeros o quizás rendían cuentas definitivamente y no les interesaría que el mago les acompañase. Geoffrey, pensativo, guardó silencio.

  Altair viajó a Homlet mientras sus compañeros descansaban en Verbobonc. Usó el laboratorio y allí descubrió que el collar era un collar de adaptación, que permitía respirar bajo el agua, sobrevivir en el vacío y ser inmune a gases nocivos. Del anillo de las estirges no pudo sacar más que la mitad, puesto que funciona de diferente manera bajo tierra que en el exterior de noche. En el segundo caso, vio que tenía la capacidad de usar ciertos encantamientos de creación de luces y lanzar estrellas fugaces contra los adversarios, además de lanzar extraños meteoros.

  Por tercera vez fue de Otis a Hommlet, coincidiendo con las temidas lluvias del final del verano flaenio conocido como el alto verano. Su inmensa figura empapada y su mirada triste y taciturna, no sirvieron precisamente de solaz para los que recibieron la triste noticia que traía: la muerte de Murfles, quien durante años se había hecho pasar por la hija de la Canonesa Y'dey. Además, parecía que el Templo del Agua había hecho un extraño encantamiento, por el que la aldea de Nulb había comenzado a empantanarse, y criaturas infestas como necrófagos pululaban tras el atardecer por sus calles.

  La Canonesa se dirigió a los héroes. Sabía que llevaban un tiempo preparando incursiones, pero los descansos que habían ido haciendo entre ellas habían permitido que las fuerzas del mal se reagrupasen. Además, parecía que las hazañas logradas por los héroes habían ido comentándose en tabernas por todo Veluna y parte de Furyondia, y grupos de aventureros llegaban a la aldea buscando seguir los pasos y enriquecerse en el asalto al templo. ¿Y si con ellos llegaban agentes del mal? Y, por último, parecía que una hermandad de clérigos del bien estaba recorriendo las ciudades del reino para que dirigieran un asalto definitivo a la base del mal, lo que sin duda conduciría a que las huestes infames se esconderían otra década para resurgir en el momento más inapropiado. Pero nada comparado con el dolor que la buena sacerdotisa sentía por la muerte de su compañera.

  Otis fue a ver a su hermano Elmo y a su madre. Ella lloró de alegría al enterarse de que su hijo volvería a casa definitivamente.

  Los hermanos se reunieron con la canonesa y el grupo de aventureros, entre los que estaba la ya asidua Maia, cuidando de su buen Altair, y Spugnoir. Cuando abrieron la puerta de su casa, estaban en plena celebración, puesto que todos habían recibido una recompensa proveniente de los nobles elfos de Celene a los que habían salvado. La noticia de la muerte de la elfa fue dura para todos, y el gozo se convirtió en ira, preparándose para partir a la mañana siguiente.

  Geoffrey habló con Jamie, y Elmo con dos aventureros, para que entre los tres cuidaran de los caballos. Juntos, partieron a la mañana siguiente para asaltar al templo del agua.

  La llegada fue sin problema alguno. El paso por Nulb parecía el de una ciudad fantasma, y no hubo ningún encuentro problemático. Otis entonces llamó a sus compañeros, un búho y tres pequeñas hadas, que en la noche encontraron un sitio donde podían esperar el escudero y los dos aventureros que su hermano había encontrado.

  El acceso al segundo nivel transcurrió sin problemas. Donde unas semanas antes habían acabado con unos temibles trolls, esta vez cayeron ante sus armas unos osgos que custodiaban a dos buhosos. Avanzaron por el pasillo, donde encontraron otro acceso al tercer nivel (el cuarto) y lo ignoraron para ir a por su objetivo. Al llegar al acceso al templo, se encontraron con otras de estas infames criaturas, que intentaron entablar conversación con ellos puesto que llevaban los héroes puestas las túnicas del agua, aunque todo quedó en un intento pues Thalion se lanzó al combate, dejando estupefacta a Dánae. La finura en los movimientos del elfo contrastaron con la brutalidad de Groosuk, quien comenzó a gritar preparándose para asaltar el templo del agua. Acabaron así con todas las defensas hasta llegar a la habitación donde el altar viviente descrito por el gnomo Wonillon aguardaba.

  Descorrieron una cortina, y entraron a toda prisa. La canonesa Y'dey lanzó un conjuro que envolvió a dos sacerdotes malignos en un manto de silencio, mientras Groosuk y Geoffrey atacaban de frente al altar viviente, desoyendo los consejos tácticos de no ponerse delante de él. Cuando se puso en marcha, arrolló al caballero, destrozando bajo sus ruedas de piedra tanto su querida Cortafrío como su escudo regalo de su sacerdote Brend. Comenzaron a revolotear sobre sus cabezas las gárgolas. Elmo se abalanzó sobre el sacerdote más poderoso, acompañado de Thalion. Otro sacerdote paralizó a Altair, quien recibió todas las atenciones de una de las criaturas aladas hasta que Otis se enfrentó a ella. Spugnoir cogió de la manga a su compañero mago y lo sacó del camino del altar viviente, salvando su vida por momentos. Y entonces se hizo la oscuridad, al menos para parte de los héroes, puesto que uno de los clérigos malvados había convocado un milagro profano en su zona.

  Al morir las gárgolas, mostraron ser zombis cubiertos con una extraña capa. Un curioso objeto que posteriormente debía ser analizado.

  Groosuk cayó tremendamente malherido, y fue salvado en el último instante por Dánae. Elmo salvó a la Canonesa Y'dey de ser masacrada, y Otis arriesgó su vida por la del elfo, pereciendo debajo de las ruedas de la infame criatura. Geoffrey y Maia acabaron con ella, quedando sólo el grito de dolor de Elmo, intentando sacar a su hermano de las toneladas de piedra bajo las que se encontraba.

  - Ayudadme. Tenemos que llevarlo para que lo resuciten.

  - Elmo, tranquilízate. No hay salvación física para él - dijo la Canonesa Y'dey.

  - ¡No! Tiene que haberla. ¡No puede acabar así!

  - Elmo, ha muerto como un héroe.

  Las palabras no consolaban al explorador. Mientras se reponía, Dánae, Groosuk, Thalion y Geoffrey exploraron las habitaciones al sur. Allí encontraron las dependencias de los sacerdotes, y una sala extraña, decorada con finas piedras de lapizlázuli y un domo que rebotaba el tono verdoso del agua de una piscina por toda la estancia. Fue al acercarse cuando vieron a un extraño tritón atado con cadenas al fondo de los cuatro metros de la piscina, cuyos pensamientos llegaron a la mente de todos los presentes.

  - El kraken. Va a llegar en cualquier momento. Los sacerdotes lo invocaron, en cualquier instante estará aquí. ¡Bajad a ayudarme!

  Groosuk fue a saltar, pero con su vida pendiendo de un hilo, y sin saber nadar, miró a sus compañeros y se preparó para enfrentarse al monstruo marino. Geoffrey fue a la habitación anterior para pedir al mago que le dejase su collar de adaptación, y poder bajar hasta la criatura para liberarla. El semiorco, en su desesperación, lanzó un guijarro pensando que su inmensa fuerza haría que éste bajase los tres metros que le separaban de la cadena donde estaba sujeto el tritón, y que podría así romperla. Pero lo único que consiguió fue salpicar al elfo, quien gritó de dolor al descubrir muy a su pesar que el agua era ácida.

  - Es una trampa.

 Al decir estas palabras, la voz de la criatura comenzó a resonar dentro de la cabeza de Dánae, insinuándosele para que bajase a ayudarle de todos modos. Su disciplina mental hizo que el encantamiento no se produjese, por lo que salió a toda prisa arrastrando a sus compañeros.

lunes, 6 de febrero de 2012

Capítulo 9º Tierra que arde. Y el agua la ahoga.

  Galamatham llegó a Hommlet oportunamente, para que su canto dignificara los funerales de Resnis y de Salmeifer. El primero tuvo una bella y pomposa ceremonia en el templo de San Cuthbert, destacando entre los asistentes al pícaro Furnok, quien estaba emocionado ante el fallecimiento de su rival en las timbas locales. La del segundo en contraste fue sobria, mandando su dinero a la familia y enterrándolo junto al gran roble del círculo druídico para que el ciclo se renovase.

  Las siguientes semanas, parte del grupo tuvo que hacer un viaje a Verbobonc. Para ello, llevaron el símbolo sagrado del Prefecto Allreem, de modo que fuera una ofrenda al Vizconde para darle a entender que el grupo era digno de la misión que se habían autoasignado y de los progresos que estaban haciendo. La comitiva la encabezaba Geoffry, y con él fueron Altair, Alastar y Thingur.

  Mientras tanto, envalentonados tras haber acabado con una amenaza en el segundo nivel del templo, Thalion y Dánae se decidieron a aprovechar que se acercaba el Día de Mitad de Verano, que es cuando los muertos vivientes están más débiles, con prisa porque al anochecer ambas lunas están llenas y los licántropos más fuerza cobran. Por tanto, prepararon una expedición acompañados deMaia y de Galamatham. Al llegar a Nulb con el amanecer, Otis les avisó de que su visita anterior
había producido algún cambio significativo. Al parecer, la captación de gente se había recrudecido, pues como habían acabado con una de las facciones en guerra las otras se estaban preparando para algún ataque inminente. Y al hacerse descuidados los agentes del mal, Otis había conseguido escuchar que dos de los templos elementales estaban aliados, por lo que al caer el templo del fuego se estaba previendo un ataque entre las dos facciones que quedaban.


  Cuando entraron en la guarida del mal, fueron directamente a las cercanías de donde habían masacrado a los necrófagos. Fueron explorando pasillos, y encontraron una guarida de más de una docena de criaturas aladas, que después descubrieron que se trataban de unos succionadores de sangre llamados Stirges. Evitaron la confrontación y siguieron avanzando, y al llegar a un pasillo con varias puertas Dánae decidió inspeccionarlas aguzando sus sentidos, con la mala suerte de que algo la cegó, no sin dejar de descubrir que al otro lado habían ocho personas preparadas ante un ataque inminente. Maia inspeccionó sus ojos, pero dijo que tenía que llevarla a otro sitio. Y en ese momento al torcer la esquina, una puerta se abrió, apareciendo una patrulla de guardia con las túnicas marrones con bordados de triángulos negros.

  Antes de que pudieran reaccionar, Thalion saltó como un felino, impactando allí y sajando allá. Maia siguió a cubrir a su compañero, mientras la semielfa ayudaba a Dánae para no dejarla sola ante dos puertas y dos pasillos desconocidos. Tras esto, se aprestó a meterse en la lid. Eran más de dos docenas, y cuando dos de los tres líderes cayeron, los escasos supervivientes ofrecieron su rendición. Como uno había salido corriendo, Thalion cogió al líder superviviente como rehén, y Dánae dijo: "llevémoslo a nuestro templo, de prisa". Como llevaban los héroes la capa de uno de los templos inferiores, confiaron en que esto fuera suficiente para aumentar la paranoia entre los distintos templos.

  Llevaron al prisionero a la torre de vigía del templo, la cual aún no ha sido repoblada. Allí, Dánae recuperó al cabo de una hora su vista, por lo que pudieron volver hasta Hommlet ayudándose para pasar el prisionero por Nulb de una distracción creada por Otis. Al aparecer por la aldea, los habitantes bastante borrachos gracias a la aportación de cien piezas de oro en bebida que había regalado Galamatham estaban a punto de
linchar a un semiorco que había llegado. Sólo la mención del nombre de Alastar había evitado que ese bastardo fuera quemado vivo. Dánae intercedió por él, de modo que entregaron al pueblo al prisionero para que éste fuera sometido a escarnio y humillación mientras liberaban a Groosuk "el zurdo".

  A la mañana siguiente, tras toda una noche de fiesta, pudieron interrogar al ahora más receptivo prisionero. Éste comenzó a decirles que esperaban en cualquier momento un ataque del templo del agua, el verdadero enemigo del templo de la tierra, o de sus aliados el templo del aire. Al parecer, a punto estaban de hacer una alianza con el templo del fuego cuando los aventureros acabaron con éste. Su señor, Romag, estaría interesado en hacer un pacto con los héroes para acabar con alguno de los templos inferiores si le permitían interceder. Tras esto, lo forzaron a que dibujara un mapa completando el que ellos estaban elaborando con lo que conocía a la hora de hacer la guardia. Pero el semblante de los héroes cambió cuando el prisionero habló de los cautivos: un grupo de aldeanos estaba retenido cerca de una guarida de necrófagos, preparados para alimentar a las infestas criaturas o para sacrificios en el templo de la tierra. Y, además, habían capturado a un gnomo al que iban a matar en un par de días, quien estaba retenido en otras habitaciones. El cautivo cambió de actitud cuando se dio cuenta de que tenía una información que podía resultar de utilidad a las fuerzas del bien. Tenía algo con lo que negociar, y tras las palizas que recibió la noche anterior no se fiaba nada de la posible clemencia local. Retenido en el sótano de la torre de Los tejones de Burne, comenzó a recordar que la vida del Gnomo y de los otros prisioneros dependía de que llegasen con él a un acuerdo.

  La decisión era difícil. Un agente de tan baja calaña podía acabar siendo puesto en libertad para salvar a unos inocentes. Tomaron un descanso para debatirlo, y fueron a La bienvenida de la moza a encontrarse allí con Geoffry y hablar del tema. Cuando entraron, vieron que éste estaba sentado en la mesa con Gamalathan, Elmo y un viejo conocido: Spugnoir. Dánae se dio la vuelta y salió del local, dejando sorprendidos a todos los demás. ¿Había ocurrido algo entre ellos que no sabían? ¿Por qué se comportaba así la psíquica?

  El mago había vuelto a Hommlet, tras la muerte de Resnis, para pedir asilo al grupo de aventureros. Al parecer, no le habían ido las cosas muy bien. Había perdido una mano en una expedición y tuvo que pagar a un sacerdote con sus pergaminos para que se la regenerase. Y nadie quería hacer grupo con él. Altair intercedió por el mago, quedando el trato de que Spugnoir se quedaría con los pergaminos que él no desease, y con su parte respectiva del tesoro. Fueron a consultar a Dánae sobre la decisión de Spugnoir y la de hacer un trato con el prisionero. Dánae no quería hablar del tema, y de manera muy cortés les dijo que hiciesen lo que les viniese en gana. Thalion intentó disuadir al mago de que fuera con ellos, debido al peligro de la misión, pero el miedo que el elfo intentó transmitirle era menor que la desesperación que los ojos del hechicero despedían.

  Llegaron a un pacto con el cautivo: quedaría en libertad tras acabar completamente con la amenaza del Templo del mal elemental. Éste les dio la ruta de acceso al gnomo, y fueron a hablar con Elmo para ver si podía acompañarles para cuidar de los primeros cautivos mientras salvaban al Gnomo. Éste declinó la petición avisándoles que había demasiada actividad de humanoides en las cercanías, y se quedaría por si el pueblo lo necesitase, pero ya que se iban a llevar a Spugnoir podían hacerlo también con Furnok, el organizador de timbas locales, para hacer esa función.

  Prepararon prestos un plan de incursión: Entrarían Geoffry, Thalion, Dánae, Altair, Gamalatham, Spugnoir y Maia. En Nulb convencerían a Otis para que les acompañase y junto con Jamie y Furnok cuidaría de los primeros rescatados mientras iban a por el gnomo. ¡Cuál fue su sorpresa cuando el Padre Terjon, equipado, se les unió vestido y pertrechado para la guerra!

  Al llegar a Nulb, Terjon se separó para solucionar una cuestión privada. Estaba terminando de anochecer, y mientras dejaban los caballos en el establo de Otis y hablaban con éste, volvió el sacerdote acompañado de la asistente de la Madre Screng, conocida como Hruda y cuyo nombre real sabían que era Murfles, una chica bastante fea compañera de Otis en sus incursiones a los alrededores del Templo. La comitiva se parecía por momentos a un pequeño ejército de asalto. En el trayecto hacia la entrada secreta, pudieron fijarse con más detalle de que la embozada Murfles no era una fea humana, sino una agraciada elfa que usaba un extraño disfraz para hacerse pasar por la hija de la Madre Screng.

  Se hicieron fuertes en la torre de vigía, y allí se quedaron la elfa, el Padre Terjon y Furnok, preparando las defensas para cuando vinieran los compañeros con los que hubieran rescatado. Los demás entraron en el templo, y tras un breve camino llegaron a la puerta donde estaban los prisioneros. A un par de metros había otra, y al acercarse a ella se podían oír los ruidos de los necrófagos que habitaban esas salas devorando los restos de algún cadáver. Dánae intentó abrir la cerradura, pero llevaba demasiado tiempo desentrenada como para poder hacerlo. Otis y Brend se prepararon para tirarla abajo, mientras Jamie, Galamathan, Altair y Spugnoir vigilaban el pasillo. La primera sacudida de la puerta contra los hombros de los rudos compatientes no fue suficiente, pero hizo mucho ruido. La segunda fue en cambio bastante efectiva, pero con el inconveniente de que habían dejado a Dánae sola junto a la puerta de los necrófagos, y Thalion había retrocedido hasta donde estaban los lanzadores de conjuros.

  Por suerte, el elfo reaccionó con rapidez, y apenas hicieron daño las infestas criaturas. Geoffry y Gamalathan se unieron a la lucha, y en breve acabaron con cinco muertos vivientes poniéndose uno en fuga. Thalion, cegado por la ira al recordar que unas criaturas como éstas habían despojado de la vida a un noble elfo, poseedor de la armadura que ahora él llevaba, siguió avanzando persiguiendo a esta criatura. Otros seis se encontró por el camino, y entre él y Geoffry acabaron con casi todos mientras otro se unía a la huida del anterior. Spugnoir llegó ante ellos, mandado por Altair, pidiendo que se reagrupasen, que lo prioritario no era acabar con los no-muertos sino salvar a los prisioneros y al gnomo. Thalion decidió seguir avanzando a pesar de todo, pero se encontró con una puerta fuertemente sujeta desde el interior, evitando que pudera seguir la persecución.

  Dánae había vuelto con Otis y Maia para intentar liberar a los cautivos. Gamalathan se acercó a Altair por si venía alguien por el otro pasillo. Justo cuando estaban los compañeros llegando, los dos necrófagos en fuga salieron por una puerta a un par de decenas de metros del mago y la barda. Ésta flecheó a uno de ellos pero no fue suficiente, y atravesaron camino al templo de la tierra. Salieron corriendo tras él mientras Otis y Jamie se llevaban a los prisioneros. Por muy poco se libró el elfo de una emboscada, puesto que de donde habían salido los necrófagos estaban esperando cuatro necrófagos mayores.  El olor nauseabundo que éstos despedían le avisó en el último momento, y entre todos acabaron en seguida con esa amenaza. Cazaron a
los dos que huían en el pasillo que daba acceso al templo de la tierra: Uno había caído en una trampa de foso, y el otro no sabía qué hacer. Tras acabar con ellos, descubrieron un pasadizo secreto que llevaba al pasillo cercano a donde estaban los prisioneros que faltaban por rescatar. Pero todo el sigilo se perdió en un instante cuando la maldición de Altair volvió a jugarles una mala pasada. Cuatro osgos, uno acompañado del torturador del templo, atacaron al grupo, con renovadas energías. Además, comenzaron a mostrar extrañas inmunidades a algunos de los poderes. Un encantamiento por un lado, unos filos por otros, acabaron con esta amenaza. Sólo sobrevivió el torturador, quien pidió rendirse y cuya cabeza por poco no arranca a pesar de todo Geoffry, quien por su honor tuvo que contenerse de no dar el final que tan horrible ser humano merecía.

  En la sala de tortura encontraron a un hombre que había perdido una pierna, quien dijo haberse negado a ser reclutado por el templo y que por eso lo habían dejado en esa condición, dando su pierna de comer a unos Grantrasgos. Además, había dos orcos, que pidieron ser liberados pero que toda la libertad que se les dio fue la que su dios quisiera tras acabar con ellos de manera inmisericorde.

  Forzaron al torturador a llevarles ante el gnomo, y cuando localizaron a esta criatura por poco no acaba con el que había sido responsable de infligirle tanto daño. Preguntó por su equipo, y el sirviente del templo les llevó a su habitación, donde tenía el equipo del gnomo y el tesoro de todos los que había ido torturando desde hacía un par de años.

  Llegaron a la torre donde les esperaban sus compañeros. Los prisioneros liberados resultaron ser cuatro hombres de armas, que habían caído en una emboscada de los ghouls y que se ofrecieron a servir a los aventureros, dos mercaderes cuya caravana fue asaltada, tres habitantes de Nulb, secuestrados para ser traídos aquí, y un marinero, que fue traído aquí por Dick Rentch para vengarse de haber intentado flirtear con su camarera Dala.

  Decidieron llevarlos a todos a Hommlet. La gente de Nulb podía ser vuelta a secuestrar en cualquier momento, y si les deban una oportunidad seguro que podrían rehacer su vida en la aldea, parecían buena gente. Dejaron a Hruda y a Otis en Nulb, retomaron sus caballos, y partieron en la oscuridad hacia la aldea en la que se sentían más a salvo. Pero cuando llegaron, vieron desde la colina más cercana a la misma que parte de la aldea estaba en llamas, bajo algún ataque.

  Al final de la noche que da paso al mes de Mesidor, acabando con el de Abundancia, al amparo de la luz menguante de la casi llena Celene y la más gibosa Luna, el horrible espectáculo del incencio de Hommlet sobrecogió el corazón de los aventureros. Un ruido en la maleza les alertó, pero viendo a su compañero Alastar salir de ella relajaron sus expresiones.

  - Menos mal que habéis llegado- dijo el semielfo.- Salí a perseguir unos orcos y acabé con ellos. Elmo y yo hemos estado batiendo la zona, y puesto en preaviso a la milicia y a los Tejones de Burne, pero me temo que deben haber llegado más humanoides mientras estábamos fuera.
  - ¿Dónde está Elmo? -preguntó el Padre Terjon.
  - Nos dividimos. Yo tomé el camino hacia el este, siguiendo a un grupo, pero él cogió otro hacia el sur.
  - Necesito llegar urgentemente a mi iglesia -habló de nuevo el sacerdote, dirigiéndose a todo el grupo.
  - Si están atacando el pueblo habrá mucha gente allí en busca de refugio. Necesitan de mis curaciones, el buen Calmer no está preparado para esto.
  - Pues yo necesito ir a la posada -comentó Spugnoir.- Me temo que tengo allí algo más valioso que mi vida.

  Comenzó una algarabía de peticiones, análisis y comentarios. Thalion intentó poner orden, pensando tácticamente en acabar con el mayor número de fuerzas del mal. Altair, temiendo que tuviese que ver con su maldición, se propuso hacer de cebo viviente escudado por Geoffrey. Dánae se preocupó de los heridos y los prisioneros que con ellos llevaban, asegurádose Wonillon de que él no fuera contado como tal, puesto que no quería dejar pasar esta oportunidad de demostrar su utilidad. Jamie pugnaba por encontrar a su familia para asegurarse de que todos estaban a salvo, mientras Furnok quería llegar al primer sitio con gente para ayudar en la defensa.

  Al final, decidieron que el mago y su bien acorazado compañero harían la cabalgada con el Padre Terjon, separándose éste al llegar al puesto comercial. Mientras Dánae, Alastar y Maia escoltaban a los heridos y al prisionero a la torre, encargándose el explorador de proteger al escudero, Thalion y Wonillon avanzarían en sigilo emboscando a los adversarios que encontrasen. Parecía que el primer fuego estaba en el campamento de los constructores de la torre, el segundo en las cercanías de la posada y el tercero en la zona de la casa del carretero, cuya madre limpiaba y cocinaba para los aventureros.

  Justo antes de ejecutar su plan, cuando estaban acercándose a la muralla en construcción, unas sombras aparecieron recortadas a contraluz de los incendios. Thalion contuvo su impulso de disparar, y Altair avistó y descubrió que se trataba de unos comerciantes que estaban intentando salir de la villa dejando atrás sus carretas. En mitad del diálogo, de la parte alta de la construcción del castillo salió un grupo de gente con antorchas, preparándose para defender la posición. El padre Terjon salió a su encuentro llamando la atención, y como si de un milagro del propio San Cuthbert se tratase, Dánae aumentó la luz alrededor del buen clérigo para que fuera identificado por los constructores. Una flecha voló antes de que pudieran hacer nada, pero por suerte erró en el blanco clavándose a los pies de su montura. Rufus apareció escoltado por algunos de sus hombres, y se hizo cargo de heridos y prisioneros, además de Furnok que se quedó para ayudar en la defensa.

  Entonces ejecutaron el plan. El padre Terjon encabezó la cabalgada, seguido del caballo de Geoffrey quien llevaba en su grupa al buen mago. La idea de usar la maldición del mago como cebo se vio truncada, pues éste se vio extrañamente poseído por el poder del dios de los osgos, descendió del caballo en plena galopada, evitando hacerse daño sólo por la agilidad de su jinete. Casi como si la noche les envolviese, un grupo de dichas criaturas salió de la oscuridad, y acorraló al mago quien agitaba cortando el frío de la noche el lucero del alba portador de su funesto destino. Geoffrey consiguió entrar con su montura y descargó el filo de su arma contra uno de los osgos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando se dio cuenta de que no usaba
a Cortafrío, sino la espada profanada que había conseguido cuando Altair tomó su maldición. Antes de que llegasen a ayudar sus compañeros, los dos aventureros y el Padre Terjon se encontraron luchando contra cuatro osgos, seis ogros y un troll, siendo uno de los ogros un sacerdote de algún dios oscuro. La lucha fue encarnizada, llegaron los aventureros y sufrieron graves heridas, pero no cejaron en su ataque hasta acabar con los malvados. Mientras, Dánae avanzó por la foresta, con sus sentidos realzados, esperando coger a los enemigos combatientes por un lado no resguardado. Le seguía Spugnoir, cuyos conjuros de combate ya había usado. Emboscado entre los árboles encontró una figura embozada en la capa del Templo del Fuego, que estaba esperándole para atacarle. Dánae le sorprendió y esta figura usó un extraño anillo que lo hizo invisible.


  Vencidas las amenazas, decidieron modificar de nuevo el plan. Desde la nueva posición discernieron que los otros fuegos estaban consumiendo el molino y la casa de la villa. Siguiendo como un frente, el Padre Terjon fue escoltado por Geoffrey, mientras los compañeros avanzaban lo más rápido que podían hasta la posada. Poco faltó para que la pareja inicial fuera emboscada, sin duda la velocidad de sus monturas evitó el ataque, pero los sentidos aún agudizados de Dánae avisaron justo a tiempo al segundo grupo, que vio que sobre ellos saltaban dos licántropos en forma híbrida, como aquellos que fueron responsables de la muerte de Salmeifer. Este encuentro fue rápido, y aunque otro más se unió a la lucha sólo uno escapó vivo. Decidieron no perseguirle porque la maldición de Altair se volvió a activar. Y es que en mitad de la escolta de Geoffrey, éste fue poseído por su espada profanada. Pasando cerca de la casa de la villa, desmontó y su caballo siguió el camino acompañando al Padre Terjon. Ante él, un grupo bastante numeroso de osgos, encabezado por dos sacerdotes y otro de mayor tamaño que los demás que portaba un lucero del alba que
brillaba con un azul oscuro. Los sacerdotes lanzaron un hechizo, que generó pavor en el corazón de Geoffrey, pero la espada hizo que su cuerpo hiciese frente a la amenaza tomando el control. Cuando estaban a punto de llegar a encontrarse, la más temible de las amenazas se dio la vuelta y salió corriendo hacia el otro lado, corriendo para salir al encuentro de Altair. Los otros osgos hicieron frente al guerrero, quien sesgó la vida de uno antes de que pudiera hacer nada. Dos figuras humanas embozadas también con la capucha del templo del fuego salieron de detrás de la casa de la villa y se dirigieron hacia el combatiente. Los osgos que contra él luchaban, abandonaron la lucha contra el caballero, quien quedó enfrentándose contra estos dos nuevos enemigos. La cosa parecía perdida para los aventureros: todos menos Dánae portaban graves heridas, Spugnoir y Jamie habían entrado en la posada de donde surgía sonido de batalla, Maia no tenía conjuros con los que ayudar en ese momento, Altair parecía sumido en un trance horrible y Geoffrey había sido atravesado de un lado a otro debiendo caer fulminado pero en planta y aún combatiendo a causa de la acción de la espada.

  Pero llegó el amanecer, y con él la magia de los sacerdotes osgos menguó. Todos menos el campeón del mal huyeron, y gracias a la rapidez tanto de Wonillon como de Alastar y a las curaciones de Dánae pudieron salvar la vida de Geoffrey, quien hacía frente él solo a los agentes del Templo del Fuego. Acabaron con uno y el otro se rindió, mientras Altair y Thalion acababan con el campeón Osgo.

  Interrogaron al prisionero, para saber a lo que se atenían. Éste había sido contratado por Wat bajo las órdenes del Prefecto Allrem hacía un mes, tras el primer ataque al Templo del Fuego. ¡Otis había avisado a los aventureros y cuando asaltaron la segunda vez al interrogar a Wat algo había dicho! Tras en encargo, había conseguido a otros dos hombres, a quienes había introducido en la fé a dicha encarnación malvada, y había ido a buscar a la tribu de los Osgos de donde tomaban refuerzos. Allí encontró a un sacerdote del dios de los osgos, que había venido escoltado por varias tribus que buscaban venganza por la profanación de su templo y el robo de un objeto sagrado para ellos. Al parecer, estaban organizando una cruzada de su dios, y siguiendo una profecía debían unir fuerzas. Eso hicieron, pero este agente del Templo del Fuego decidió no tuvo opción de volver a reportar, puesto que en las siguientes semanas los cultos humanoides se fueron uniendo a otros afines, preparando una fuerza de choque bastante potente. Mientras los goblins y licántropos saqueaban, una manada de dinosaurios del tamaño de un caballo ligero que habían capturado irían sembrando el caos acompañados de incursores osgos y de un temible Ettin. Aprovecharían esa confusión para dañar todo lo posible el pueblo, quemando el molino y las casas menos protegidas, las de los trabajadores, y generando el tercer incendio en el punto que eligiese el campeón de los osgos, quien estaría toda la noche en un trance provocado por su dios, sabiendo que así podrían enfrentarse al portador del arma robada. El prisionero no sabía que sus contratantes habían perecido.

  Las ropas de Altair estaban rasgadas. Algo había producido un extraño cambio en su cuerpo. Había crecido casi diez centímetros, y sus orejas habían aumentado también de tamaño, voviéndose algo picudas y creciendo un extraño pelo blanco detrás de ésta. Pero no había apenas tiempo para averiguar qué estaba ocurriendo. Jaroo y Tanak aparecieron, para asegurarse de que estaban bien. Geoffrey había caído al suelo con su vida pendiendo de un hilo, no pudiendo moverse sin ayuda. Había que atender sus heridas, por lo que fue llevado al Templo de San Cuthbert donde se estaba prestando auxilio a todos los heridos que se podían. Allí encontraron al Padre Terjon y a Calmer atendiendo a los habitantes cercanos. La familia del carretero al completo había conseguido salvarse, así como casi todos los habitantes del noroeste del pueblo, siendo la única gran baja el buen Melubb, debido a que el puesto comercial fue el primer sitio que asaltaron, dejando sus difuntos guardianes y perros entrenados varios goblins y un par de osgos como bajas del enemigo. En el suroeste no habían sobrevivido tantos, habiéndose hecho fuertes en la posada y falleciendo toda la familia de Elmo salvo su madre, y la de Jamie, sobreviviendo sólo su hermana Salma. Pero donde más gente falleció fue en el campamento de los constructores, salvándose prácticamente aquellos que se acercaron a Los tejones de Burne y ayudaron a la defensa del castillo.

  Habían sobrevivido a un asalto capaz de poner en jaque pueblos mayores. Pero habían tenido que pagar un precio demasiado alto.

   Las labores de reconstrucción fueron arduas, y todo el mundo ayudó. Thalion se encargó de buscar al ingeniero constructor, y de dar la noticia a Otis del asalto y las bajas. Otis entonces tomó su caballo y corrió a Hommlet, donde se abrazó a Elmo confirmando la sospecha de que eran hermanos. Dánae y Solamon ayudaron con las curaciones, mientras que Altair y Maia viajaban a Verbobonc a pedir ayuda a la iglesia de Trithereon y al vizconde en persona. Y una noche, como bien deseaba el mago, consumaron su amor en una taberna. Elmo dirigió expediciones de castigo acompañado de Wonillon, Furnok y Spugnoir a los campamentos humanoides cercanos, enfocando su dolor como cada uno podía.

  Tras un par de semanas de descanso, Altair llegó al pueblo acompañado de una comitiva de casi cincuenta personas, que había ido captando Maia en Verbobonc para que ayudaran a levantar de nuevo Hommlet, entre los que había un sacerdote de Pelor y una sacerdotisa semielfa de Ehlonna. Decidieron partir hacia el templo aprovechando que habían llegado Los tres días de Boccob, cuando los magos arcanos tenían apogeo en sus poderes. No es que deseasen dejar atrás su dolor en una expedición, sino que sabían que cuanto más tiempo dieran a las fuerzas del mal, más duro sería su próximo ataque. Wonillon aprovechó para contar a los aventureros la desventura en que sus amigos perecieron y él, al huir, cayó prisionero del templo del agua, dando la localización exacta y el acceso al mismo, además de avisar de una trampa con gárgolas y una criatura gigantesca de piedra sobre ruedas que acabó con la mitad de su grupo antes casi de empezar el combate.

Otis
  Alastar y Thingur se separaron del asalto para con los mercenarios asegurar la ruta a Verbobonc por parte de los mercaderes, Elmo Furnok y Spugnoir batieron las cercanías, mientras que el recién añadido Groosuk, el forzudo semiorco, acompañó a Dánae, Altair, Thalion, Geoffrey, Maia y Wonillon partieron hacia el Templo del mal elemental. Cuando llegaron a Nulb, donde ya no residía la Canonesa Y'dey, fueron a ver a Otis como siempre. Éste les comentó que los ataques y captaciones se habían recrudecido en la aldea, habiendo luchas entre las distintas facciones del templo en plena calle al amparo de la noche. Además, desde hacía una semana, El hostal de la orilla había cerrado tras encontrarse una cadavera medio calcinada empalada a la entrada, y nada se sabía de los demás que trabajaban con Wat. El propio aprendiz de Otis había desaparecido con su familia, y Otis les insistió en que quizás urgía entrar en el tercer nivel del templo y que cuando lo hicieran le avisasen para que fuera con ellos.

  La llegada al recinto del templo se produjo por los cauces de siempre. Al llegar a la cueva, en la cual está el único acceso que conocían al tercer nivel inspeccionaron si había huellas recientes, pero quizás por la ausencia de Alastar y Elmo no encontraron nada. El verdadero conflicto se produjo cuando flanqueaban el edificio principal, ya que una jauría de decenas de ratas salieron prestas a atacar a los aventureros centrando sus ataques, sobre todo, en el mago. Al grito de "¡corred!" de Thalion todos le obedecieron, menos el semiorco que prefirió quedarse para intentar tapar la salida de las infestas criaturas. Al ver a su compañero rodeado de ratas, fueron en su defensa, sufriendo varios ataques y repeliendo con la utilización de un conjuro del mago a las criaturas.

  Cuando llegaron al interior, se atrincheraron en una de las zonas que consideraban más seguras, y allí pudieron recibir las pertinentes curaciones de Maia, Dánae y Geoffrey. Comenzaron a explorar lo que conocían del Templo de la Tierra, pero todo parecía desangelado, y por las zonas en las que se movieron no encontraron más que una trampa bastante nueva y todo lo demás desierto. Dejaron a Groosuk cubriendo la retirada, y procedieron a explorar la última de las habitaciones que encontraron, una sala con suelo de arena y piedras sueltas de planta cuadrada de veinticuatro metros de lado. En el centro de dicha sala, sobre una pequeña pirámide, un altar estaba presidido por una persona muerta. Al entrar, una figura antropomórfica de tierra y piedra de casi tres metros de altura surgió del suelo, golpeando con una violencia tremenda a Thalion, estando cerca de acabar con su vida. Geoffrey se volvió a ver poseído por su espada y comenzó a atacar a diestro y siniestro, siguiendo sus compañeros prestándole ayuda. Pero parecía que casi todas las armas eran ineficaces salvo las espadas que Geoffrey portaba, levemente las explosiones provocadas por el arma ígnea de Thalion y la daga de Wonillon. Éste cayó violentamente cuando los brazos de dicha criatura aplastaron su cabeza como quien rompe un melón. Otras tres figuras aparecieron en distintos lados de la sala y cuando alguno se acercaba, era atacado con la violencia de estas criaturas. Dánae usó su poder produciendo pequeños estallidos ígneos, mientras que Altair usó su magia, para terminar con uno de ellos y hacer serio daño a otro.

  Consiguieron desarmar a Geoffrey, provocando así la huída de éste al intentar recupear su espada. Mientras tanto, Dánae se dio cuenta de que las criaturas que el mago había dicho eran Elementales de Tierra se habían ido moviendo en todo momento a través de un ciclo exacto, por zonas concretas, de modo que se podrían desplazar por parte de la sala sin recibir ataque alguno o previendo dónde iba a aparecer alguna de las tres criaturas supervivientes para hacerle frente. Calmado el guerrero, recuperaron el cuerpo de Wonillon mientras el mago inspeccionaba la magia a cierta distancia de lo portado por el difunto sacerdote malvado. Al hacerlo, se percibió de que enterrados había objetos mágicos, obteniendo una cota de anillos y quedando otras dos zonas sin poderse registrar. Dánae obtuvo mediante la capacidad de mover objetos con la mente una maza mágica que portaba el sacerdote, dejando al estar más allá del alcance de su poder la armadura que éste llevaba puesta. Además, agudizando sus sentidos pudo percatarse de que había sido asesinado por un veneno.

  El templo de la tierra había caído. Y todo parecía apuntar a la alianza del templo del agua con el templo del aire.