viernes, 27 de enero de 2012

Capítulo 8º El templo de fuego

  ¡Una hidra! ¡Un troll inmune al fuego! Ni las indicaciones obtenidas por Alastar y Thingul en Verbobonc ayudaban. Puede que de la cabeza decapitada de una hidra no broten otras dos, o que un troll inmune al fuego sea vencido por ácido, pero no era suficiente.

  Cansado de esperar, Geoffry planteó inspeccionar la planta superior del subterráneo del templo. A partir de las indicaciones de Zert, decidieron explorar un corredor lateral. Allí cayeron en una trampa de necrófagos, necrófagos mayores y arpías, pero por suerte no tuvieron que lamentar ninguna baja y encontraron una cota de mallas élfica. Debilitados, y tras haber estado a punto de morir Maia, volvieron a Homlet. Geoffry, que había alentado a la incursión, cayó malherido por la enfermedad de los necrófagos: una terrible afección cuyo debilitamiento hacía que apenas pudiera alzar su espada y mucho menos vestir su pesada armadura. A pesar de todo, pudo asistir al ajusticiamiento de Zert, que como espía del templo del mal elemental fue decapitado en secreto bajo la mirada de sus captores y del consejo de sabios de la ciudad, siendo enterrado en la casa de la villa.

  Y las lunas de Oerth son caprichosas, por lo que en plena debilidad del noble guerrero llegó el joven druida cuya ayuda había sido solicitada a través de la mediación de Jaroo. Se trataba de apenas un mozalbete que llegaba del norte de Furyondia y que respondía al nombre de Salmeifer. Entusiasta y risueño, partió hacia Nulb con los aventureros y Maia, prestos a hacer una incursión que desvastase al Templo del Fuego.


  Decidieron descolgarse por el pozo central, llegando al segundo nivel a una sala octogonal en cuyo centro había un círculo de bronce de seis metros de diámetro, y con cuatro puertas una indicando a cada punto cardinal. Además, la sala tenía un altar y varios braseros, que despedían un hipnotizador olor suave y dulzón. Thingur fue el primero en bajar y el primero también en explorar la sala. Cuando el siguiente, Alastar, estaba a punto de descolgarse por la cuerda, el buen pícaro-mago vio que sobre la mesa había un instrumental de cristal, parecido al que había saqueado en la parte superior. Al cogerlo, un chillido extraño manó de la misma, y tanto él como el semielfo sufrieron un impacto en su alma que derribó al pobre Thingur y lo dejó al borde de la muerte. En ese momento, un siniestro viejo conocido, hizo su aparición: la figura de oscuridad primigenia que cambiaba de tamaño. Surgió de un pasadizo secreto en una de las paredes de la sala y Alastar consiguió acabar con la criatura dando tiempo a que Salmeifer salvara a su compañero elfo de un amargo toque de la muerte.

  Bajaron todos los demás e inspeccionaron la habitación, descubriendo otros dos pasadizos secretos. Pero Dánae no se contuvo ante la tentación de inspeccionar ella el altar, y volvió así a convocar el hechizo protector del mismo que volvió a sumir a Thingur en un estado de semimuerte acompañado esta vez de Salmeifer. Maia y Dánae estabilizaron a sus compañeros, y decidieron buscar un sitio seguro donde descansar hasta que la magia volviera a poder surtirles efecto.

  A la mañana siguiente volvieron a bajar. Esta vez tomaron la salida que según su mapa les llevaría al Templo del Fuego. Estaban a punto de poner en marcha su plan cuando unos osgos llegaron corriendo de otro pasillo, atraidos sin duda por la maldición de Altair. Éste se negó a huir de su destino por funesto que fuese, y conjuró un rayo que fulminó a dos de las criaturas y debilitó a otras. Los clérigos del templo del fuego salieron a auxiliar a sus ayudantes, y la lucha fue cruenta, dominada por el grupo de héroes. Sólo dos sacerdotes huyeron con vida, destacando entre los caídos el jefe de la guardia del templo, quien portaba una espada cuyo filo quemaba al sajar como una antorcha.

 
  Temerosos de que hubiera más fuerzas del mal, o que pudieran haber llamado refuerzos, decidieron tomar lo que pudieran. Corrieron a la habitación principal y cuando el mago estaba terminando de ascender la puerta que conducía al templo de fuego se abrió de golpe, dejando ver una criatura ígnea con cuerpo de serpiente y torso humanoide que blandía un tridente con sus dos manos. Thalion el elfo, Alastar, Maia y Dánae dieron cuenta de la criatura, mientras Thingur y Salmeifer se protegían. Abandonaron el templo a toda prisa, y se dirigieron a Hommlet, para preparar la incursión siguiente.

  Geoffry acompañó a Altair a terminar una transacción con los magos de Verbobonc. Los servicios no iban a ser baratos, pero quizás mereciera la pena pagar las cinco mil piezas de oro que cobraba el gremio de magos para cambiar la armadura mágica de los Osgos por otro objeto más útil para la misión actual. Y como suele ocurrir, las casualidades de la vida llevan a que cuando unos se van, otros vienen, y de modo que el nutrido grupo de aventureros se vio engrosado por la gran aportación del pequeño Resnis, el mediano que había comenzado esta aventura con ellos. Durante la última estación había estado en Verbobonc, en la infructuosa misión de encontrar las conexiones entre el Templo y los gremios de ladrones en esa ciudad amurallada.

  Como ya venía siendo costumbre, Maia, la sacerdotisa de Trithereon, se reunió con sus ya compañeros de armas para insistirles en no dejar pasar el tiempo. Las palabras de Thalion habían calado en su corazón: un enemigo herido tiene que ser rápidamente abatido. Así, se pusieron de acuerdo en hacer un asalto rápido al templo de fuego y de este modo acabar con los últimos de sus supervivientes. Tras un par de días se equiparon, encargaron unas nuevas capas rojas con los bordados del templo al sastre local, y partieron hacia Nulb. Esta vez, siete eran los que marchaban, un número que había demostrado darles suerte: Salmeifer, Maia, Thingur, Thalion, Resnis, Alastar y Dánae.

  Al pasar por Nulb, informóles Otis de que en el Hostal de la Ribera (también conocido como el Hostal de la Orilla), habían estado intentando captar miembros para uno de los templos. Se había enterado porque habían sido mucho menos sutiles que otras veces, lo que indicaba ante la permisibidad que al menos uno de los miembros de dicho local era un agente del templo de fuego.

  Llegaron a la cabaña en cuyas cercanías estaba el acceso secreto al templo. Justo antes de entrar encontraron unas huellas frescas que se dirigían al tercer nivel. Decidieron no seguir esta pista que les desviaría de su misión actual, de modo que llegaron a través del pasaje a la torre de vigilancia, de ahí a la planta del templo y de ésta bajaron por el pozo central al segundo nivel subterráneo. Decidieron buscar otro acceso, y cogieron por la puerta sur, que daba a un pasillo casi cuadrangular con un pequeño conducto de tres metros al norte colindando con la sala circular, y otros tres metros al sur que daban a la puerta de acceso al nivel superior. En plena exploración, un viento los llevó hasta la mitad del pasillo, arañando la carne de Thalion, Alastar y Thingur, dejando maltrecho a este buen elfo. Dánae se expuso a esos vientos y sanó a su compañero, llevándose también daño en el proceso.

  El pasillo oriental daba al templo de fuego, pero estaba provisto de otra trampa parecida a la anterior. Descubrieron que si portaban la capa apropiada no se activaría, por lo que Dánae fue a la puerta seguida de Alastar y Thalion. Mientras, Thingur consiguió retroceder hasta la sala central ayudado de la capa que tenían gris, perteneciente por tanto al templo del aire.

  Dánae se convirtió en una sombra, y atravesó el portal. El grupo no se había puesto de acuerdo con qué iba a hacer exactamente, y cuando habían pasado unos minutos decidió entrar por la fuerza por si su amiga estaba en peligro. Al abrir la puerta coinicidió con la vuelta de su compañera, pero vieron que había tres Salamandras armadas con tridentes al otro lado. Cerraron la puerta y retrocedieron, pero las criaturas de fuego se abrieron camino y comenzaron su ataque. La trampa del pasillo se activó. Las paredes se llenaron de llamas que envolvían a las criaturas del templo del fuego, pero al ser inmunes lo único que consiguieron fue inspirar aún más miedo en los aventureros que retrocedían a la única zona segura del pasillo. Allí, Thalion, Alastar y Dánae se prepararon para presentar batalla a estas criaturas, y Maia pasó a su lado a pelear, exponiéndose a la trampa dejada por el templo del aire, para apoyar a sus compañeros. Resnis, Thingur y Salmeifer, sin ningún arma en su mano capaz de ayudar a sus compañeros, se quedaron en la sala central, sólo para descubrir que todo era una trampa preparada por el sumo sacerdote del templo de fuego, puesto que dos hombres lobo aullaron al acceder a la sala.

  Salmeifer consiguió durante unos minutos esquivar a uno rodeando el altar, que era una trampa que ya le había estado a punto de costar la vida. Su adversario también tenía miedo de dicha trampa. Thingur intentó hechizar al suyo, y cuando no pudo conseguirlo lo empujó contra la trampa del aire, quedando el licántropo al final a la vera de Dánae. Cuando Resnis iba a saetear a uno, apareció un sacerdote por la puerta lanzando un conjuro. El brillante mediano se movió a una velocidad más rápida que el ojo, y ensartó el hombro del sacerdote haciéndole una fea herida. Tras este sacerdote, una figura humana entró en la sala, seguida de dos Osgos, que cargaron contra el mediano. Preparando su siguiente virote cayó ante una estocada en el corazón, mientras el sacerdote hechizaba a Salmeifer y lo dejaba completamente paralizado. Thingur, viéndose superado, lanzó un conjuro cegador contra el otro de los hombres lobo, quien estaba ignorando al druida y cargaba contra él. Thingur saltó en el último momento, haciendo que el hombre lobo tocase el altar mientras que el elfo saltaba a través de la trampa del aire junto a sus compañeros, haciendo que el sacerdote muriera e hirieran a los Osgos y al licántropo.

Prefecto Allrem
  La lucha concluyó con la captura del sacerdote y del asesino de Resnis. El primero resultó ser El prefecto Allrem, quien intentó pactar con los aventureros y, tras un duro interrogatorio, se negó a colaborar a pesar de las amenazas que se le hicieron. El otro resultó ser Wat, el camarero del Hostal de la Ribera.

  Llegó el momento de decidir. Maia y Dánae apostaban por acabar con la vida de los prisioneros allí mismo, administrar justicia por la muerte de sus compañeros y de todas las vidas inocentes por ellos sesgadas. Thingur y Thalion en cambio presionaron por llevarlos vivos como fuera a Verbobonc. Alastar acabó dirimiendo que acabaran con uno de ellos, y decidieron que la suerte marcase quién seguiría con vida para ser interrogado mágicamente. Wat tuvo la suerte, aunque recordando el destino de Romar, el ayudante de Gremag, quizás no haya tenido suerte para nada.

  Tras esto, bajo las indicaciones de Dánae, intentaron conseguir información sobre una extraña caja que estaba oculta en la pira del altar de fuego. Pero todo fue infructuoso. Al final, optaron por esperar al día siguiente a que Thingur pudiera discernir qué había de magia, y se hicieron fuertes en este lugar. Dánae intentó levantar la caja con el poder de su mente, pero era demasiado pesada, por lo que entró protegida contra el calor por sus nuevos poderes. En su interior guardaba una poderosa y parlante espada larga, llamada Cortafrío, que perteneció antiguamente a un conde de Furyondia llamado Rominar, que sólo podía ser usada por alguien de corazón puro y con nobles propósitos. Decidieron llevársela a Geoffrey.
Cortafrío

sábado, 7 de enero de 2012

Capítulo 7º Osgos, maldiciones y dioses

  El verano se acababa en Homlet. El grupo de bienechores que habita en la antigua casa del cambista decidió que no era hora de esperar, que había que empezar a atacar al Templo del Mal Elemental, aunque no fuera entrando en el mismo. Tras la confesión de Zert, estaban preparados para asestar un duro golpe que dañase a una de las fuerzas de poder, al Templo del Fuego que se situaba en el segundo nivel de los abismos de maldad insoldable, acabando con uno de los poblados que envían monstruos a dicho lugar: un poblado Osgo.

Melubb disfrutando
  Prestos para salir, llegó al pueblo una caravana comerciante de Melubb, antiguo cambista y ahora comerciante local. Con su gente llegaba un elfo guerrero, llamado Thalion "Redsnow", quien venía preguntando por su primo Thingur, cuya sola presencia transmitía austeridad y firmeza de un soldado bien entrenado. Al enterarse de que se habían cruzado, puesto que Thingur fue a Verbobonc acompañando a Alastar, decidió quedarse con sus compañeros y acompañarles a la aventura. En la misma caravana llegó Solamon, un curandero joven con ganas de crecer en la comunidad local.

  El mago Altair tuvo que quedarse acabando la confesión de Zert, y a la primera expedición no pudo ir. En parte tuvo suerte, pues fue un viaje infructuoso y accidentado en el que un mal encuentro con unos lobos gigantes malvados llamados Worg, y unas arañas gigantes provocó que el grupo tuviera que desandar el camino hasta llegar de nuevo a Homlet, donde tuvo que quedarse el elfo a descansar al cuidado de Solamon porque el veneno de una de las arañas le había provocado una extraña fiebre. Mal inicio, sin duda, al perderse el final de la bravía expedición.

  Sin más dilación, decidiron partir a la mañana siguiente, pero cuál fue su sorpresa cuando en la taberna se encontraron con Gamalathan, una bardo semielfa que era una vieja conocida de Dánae y Altair de las noches de desenfreno y picaresca en la ciudad libre de Falcongrís. Esta aventurera no es más que una conocida barda que usa la pandereta para distraer la ineptitud de sus capacidades de baile, pero que entreteje sus encantamientos en las canciones llegando incluso a poderes excluidos de los de su clase, como las curaciones.

  Partieron por tanto, Dánae, Altair y Geoffry, acompañados esta vez por Maia la sacerdotisa de Trithereon, Elmo el guardabosques y la barda Galamathan; así como el escudero del buen Geoffry, Jamie, quien quedaría al cuidado de las monturas.

  A mitad de la ruta vieron una caravana de jinetes salvajes, nómadas de algún tipo, haciendo el camino de sur a norte, en dirección a la vía que une Homlet con Nulb. En caso de hostilidad no habría posibilidad de supervivencia, por lo que intentaron desviar su senda para no cruzarse. Pero los exploradores de tamaña caravana los vieron, se acercaron a hacer un reconocimiento y, después de entablar contacto visual, dieron la vuelta para unirse a sus compañeros. Sin más problemas, un grupo pasó alejado del otro, no sin que surgiesen sospechas de si irían a engrosar las huestes del Templo del Mal Elemental.

  Tras un par de tortuosos encuentros, pasaron la noche en el sitio que había seleccionado Elmo. Se trataba de un pequeño claro con pastos para los caballos lejos de las zonas de caza de carnívoros y de inspecciones de humanoides. Esa noche, cuando tocó a Maia y Elmo, tuvieron que despertar a dos de los aventureros que se habían quedado dormidos al calor del otro en su turno de guardia: Geoffry y Dánae. Como suele ocurrir, los dioses del azar juegan con dados trucados, de forma que en ese tiempo unas vacas salvajes habían hecho de las suyas acabando con las provisiones.

  Una caza después, y habiendo perdido un tiempo precioso, dejaron a Jamie en compañía de las monturas. El bosque en seguida se comenzaba a escarpar, y a mitad de la subida encontraron que les estaban observando. Un salvaje con una pinta extraña, cubierto de pieles de oso, huyó cuando Galamathan intentó sorprenderlo.

  Al salir de la foresta se encontraron con que acababa la falda de la montaña, y un sendero sinuoso los llevaba cerca de pequeñas cuevas. Una de ellas resultó ser un nido de Necrófagos, pero el grupo decidió rehuir el encuentro con estas criaturas para centrarse en su objetivo.

  Cerca de la cueva estaba la entrada a la guarida de los Osgos. Ésta no tardó en ser localizada por la semielfa. Las luces del atardecer ya caían, habían llegado más tarde de lo esperado. Curiosamente eso les vino bien, puesto que no encontraron guardias en la entrada. Intrigados, salieron a un pasillo donde vieron que se estaba preparando la cena.

  Magia, flechas y habilidad con la espada les permitió tomar la sala, con unas hembras de esta raza en el centro de la habitación. Galamathan se acercó a atarlas, pero Maia tomó su mano y le susurró enérgicamente: "hemos venido a matar Osgos".

  Dánae no sabía qué pensar. Elmo se aprestó a descargar su hacha sobre una de ellas, y Geoffry asintió.

  Dánae no quiso mirar, y fue a explorar uno de los accesos por si otras criaturas se acercaban a buscar su cena. Encontró la despensa, donde dos hembras estaban preparando la caza del día para preparar el asado: un carnero y un humano. Llamó a sus compañeros y esta vez fue ella una de las que no tuvo piedad.

  Tras esto, encontraron la sala, por llamar de alguna manera el cubil excavado en la roca, donde los machos dormían, siendo un par de docenas su número. No hubo tiempo de la duda, puesto que Altair pidió que confiaran en sus capacidades mágicas, y tras usar unas temibles y oscuras palabras de poder la otra salida de la sala se llenó de unos vapores brumosos, que hizo cundir el pánico entre las criaturas. Éstas corrieron hacia el otro acceso, donde Geoffry y Elmo hacían de primera línea mientras Dánae y Galamathan usaban con prestreza sus arcos.

  El ruido de la trifulca atrajo la atención de un grupo de Osgos, pero no pilló desprevenido al grupo puesto que Altair había quedado en la retaguardia a la espera de este inconveniente. Un encantamiento más y todas las criaturas salieron huyendo.

  No sobrevivió ni un macho de los que había en la sala. Pero el líder de la guarida y sus dos lugartenientes se quedaron para enfrentarse a los héroes dando pie a que mujeres y niños escapasen, llevándose consigo todo lo valioso que pudieron a través de un río subterráneo. Sin duda, estaban preparados contra esta contingencia.

  Al volver sobre sus pasos, saquearon la guarida del líder y sus lugartenientes, y encontraron un montículo de calaveras sobre el que estaba un lucero del alba, en lo que parecía un pequeño templo dedicado a uno de los dioses de estas criaturas. A su lado, un altar a otra deidad contenía una espada ancha bastante malogradas. Altair confirmó que ambas armas despedían magia, así como el arco del lugarteniente y la cota de mallas del líder. La cota de malla fue plegada y cargada por Elmo, con la espera de que el mago pudiera cambiarla en el gremio al ser de un tamaño excesivamente grande; el arco tomado por Dánae, resultando ser un buen arma para el combate; Dánae a su vez identificó el lucero del alba como una de las armas más legendarias de estas criaturas, creada por uno de los dioses osgos en persona, y fue tomada por Altair a la espera de qué hacían con ella; la espada fue cogida por Geoffry, quien descubrió que sobre ella había una maldición que la hacía bastante inefectiva.

  Cuando salieron de la cueva, Altair cayó sobre sus rodillas con un dolor tremendo sobre su frente. Sus compañeros se acercaron a ayudarle y vieron cómo sobre la misma aparecía tatuado un lucero del alba como el que portaba en su mochila. ¡Otra malidición, y esta vez había caído sobre él!

  Llegaron sin percance alguno a Hommlet. Allí, tras encontrarse con el elfo Thalion, pusieron en común su conocimiento sobre qué podía pasar con ambas maldiciones. Al parecer, Altair atraía la ira de los Osgos al haber profanado un arma tan sagrada, y la espada que ahora portaba Geoffry había pertenecido antaño a un rey humano del Pomarj que pidió ayuda al dios Tyr para que le ayudase contra esta infame raza; Tyr envió esta espada, pero el rey murió en combate; los Osgos habían estado desde hacía casi un siglo profanando el arma hasta perder la bendición del dios.

  Así que llegaba el momento de enfrentarse a la cruda realidad. Altair pagó para que el Padre Terjon quitase este mal, pero resultó ser sólo una medida temporal puerto que la maldición había sido impuesta por un dios en persona. Geoffry decidió purificar la espada con sus acciones, de modo que la rectitud de sus actos la hicieran de nuevo alcanzar su esplendor.