Melubb disfrutando |
El mago Altair tuvo que quedarse acabando la confesión de Zert, y a la primera expedición no pudo ir. En parte tuvo suerte, pues fue un viaje infructuoso y accidentado en el que un mal encuentro con unos lobos gigantes malvados llamados Worg, y unas arañas gigantes provocó que el grupo tuviera que desandar el camino hasta llegar de nuevo a Homlet, donde tuvo que quedarse el elfo a descansar al cuidado de Solamon porque el veneno de una de las arañas le había provocado una extraña fiebre. Mal inicio, sin duda, al perderse el final de la bravía expedición.
Sin más dilación, decidiron partir a la mañana siguiente, pero cuál fue su sorpresa cuando en la taberna se encontraron con Gamalathan, una bardo semielfa que era una vieja conocida de Dánae y Altair de las noches de desenfreno y picaresca en la ciudad libre de Falcongrís. Esta aventurera no es más que una conocida barda que usa la pandereta para distraer la ineptitud de sus capacidades de baile, pero que entreteje sus encantamientos en las canciones llegando incluso a poderes excluidos de los de su clase, como las curaciones.
Partieron por tanto, Dánae, Altair y Geoffry, acompañados esta vez por Maia la sacerdotisa de Trithereon, Elmo el guardabosques y la barda Galamathan; así como el escudero del buen Geoffry, Jamie, quien quedaría al cuidado de las monturas.
A mitad de la ruta vieron una caravana de jinetes salvajes, nómadas de algún tipo, haciendo el camino de sur a norte, en dirección a la vía que une Homlet con Nulb. En caso de hostilidad no habría posibilidad de supervivencia, por lo que intentaron desviar su senda para no cruzarse. Pero los exploradores de tamaña caravana los vieron, se acercaron a hacer un reconocimiento y, después de entablar contacto visual, dieron la vuelta para unirse a sus compañeros. Sin más problemas, un grupo pasó alejado del otro, no sin que surgiesen sospechas de si irían a engrosar las huestes del Templo del Mal Elemental.
Tras un par de tortuosos encuentros, pasaron la noche en el sitio que había seleccionado Elmo. Se trataba de un pequeño claro con pastos para los caballos lejos de las zonas de caza de carnívoros y de inspecciones de humanoides. Esa noche, cuando tocó a Maia y Elmo, tuvieron que despertar a dos de los aventureros que se habían quedado dormidos al calor del otro en su turno de guardia: Geoffry y Dánae. Como suele ocurrir, los dioses del azar juegan con dados trucados, de forma que en ese tiempo unas vacas salvajes habían hecho de las suyas acabando con las provisiones.
Una caza después, y habiendo perdido un tiempo precioso, dejaron a Jamie en compañía de las monturas. El bosque en seguida se comenzaba a escarpar, y a mitad de la subida encontraron que les estaban observando. Un salvaje con una pinta extraña, cubierto de pieles de oso, huyó cuando Galamathan intentó sorprenderlo.
Al salir de la foresta se encontraron con que acababa la falda de la montaña, y un sendero sinuoso los llevaba cerca de pequeñas cuevas. Una de ellas resultó ser un nido de Necrófagos, pero el grupo decidió rehuir el encuentro con estas criaturas para centrarse en su objetivo.
Cerca de la cueva estaba la entrada a la guarida de los Osgos. Ésta no tardó en ser localizada por la semielfa. Las luces del atardecer ya caían, habían llegado más tarde de lo esperado. Curiosamente eso les vino bien, puesto que no encontraron guardias en la entrada. Intrigados, salieron a un pasillo donde vieron que se estaba preparando la cena.
Magia, flechas y habilidad con la espada les permitió tomar la sala, con unas hembras de esta raza en el centro de la habitación. Galamathan se acercó a atarlas, pero Maia tomó su mano y le susurró enérgicamente: "hemos venido a matar Osgos".
Dánae no sabía qué pensar. Elmo se aprestó a descargar su hacha sobre una de ellas, y Geoffry asintió.
Dánae no quiso mirar, y fue a explorar uno de los accesos por si otras criaturas se acercaban a buscar su cena. Encontró la despensa, donde dos hembras estaban preparando la caza del día para preparar el asado: un carnero y un humano. Llamó a sus compañeros y esta vez fue ella una de las que no tuvo piedad.
Tras esto, encontraron la sala, por llamar de alguna manera el cubil excavado en la roca, donde los machos dormían, siendo un par de docenas su número. No hubo tiempo de la duda, puesto que Altair pidió que confiaran en sus capacidades mágicas, y tras usar unas temibles y oscuras palabras de poder la otra salida de la sala se llenó de unos vapores brumosos, que hizo cundir el pánico entre las criaturas. Éstas corrieron hacia el otro acceso, donde Geoffry y Elmo hacían de primera línea mientras Dánae y Galamathan usaban con prestreza sus arcos.
El ruido de la trifulca atrajo la atención de un grupo de Osgos, pero no pilló desprevenido al grupo puesto que Altair había quedado en la retaguardia a la espera de este inconveniente. Un encantamiento más y todas las criaturas salieron huyendo.
No sobrevivió ni un macho de los que había en la sala. Pero el líder de la guarida y sus dos lugartenientes se quedaron para enfrentarse a los héroes dando pie a que mujeres y niños escapasen, llevándose consigo todo lo valioso que pudieron a través de un río subterráneo. Sin duda, estaban preparados contra esta contingencia.
Al volver sobre sus pasos, saquearon la guarida del líder y sus lugartenientes, y encontraron un montículo de calaveras sobre el que estaba un lucero del alba, en lo que parecía un pequeño templo dedicado a uno de los dioses de estas criaturas. A su lado, un altar a otra deidad contenía una espada ancha bastante malogradas. Altair confirmó que ambas armas despedían magia, así como el arco del lugarteniente y la cota de mallas del líder. La cota de malla fue plegada y cargada por Elmo, con la espera de que el mago pudiera cambiarla en el gremio al ser de un tamaño excesivamente grande; el arco tomado por Dánae, resultando ser un buen arma para el combate; Dánae a su vez identificó el lucero del alba como una de las armas más legendarias de estas criaturas, creada por uno de los dioses osgos en persona, y fue tomada por Altair a la espera de qué hacían con ella; la espada fue cogida por Geoffry, quien descubrió que sobre ella había una maldición que la hacía bastante inefectiva.
Cuando salieron de la cueva, Altair cayó sobre sus rodillas con un dolor tremendo sobre su frente. Sus compañeros se acercaron a ayudarle y vieron cómo sobre la misma aparecía tatuado un lucero del alba como el que portaba en su mochila. ¡Otra malidición, y esta vez había caído sobre él!
Llegaron sin percance alguno a Hommlet. Allí, tras encontrarse con el elfo Thalion, pusieron en común su conocimiento sobre qué podía pasar con ambas maldiciones. Al parecer, Altair atraía la ira de los Osgos al haber profanado un arma tan sagrada, y la espada que ahora portaba Geoffry había pertenecido antaño a un rey humano del Pomarj que pidió ayuda al dios Tyr para que le ayudase contra esta infame raza; Tyr envió esta espada, pero el rey murió en combate; los Osgos habían estado desde hacía casi un siglo profanando el arma hasta perder la bendición del dios.
Así que llegaba el momento de enfrentarse a la cruda realidad. Altair pagó para que el Padre Terjon quitase este mal, pero resultó ser sólo una medida temporal puerto que la maldición había sido impuesta por un dios en persona. Geoffry decidió purificar la espada con sus acciones, de modo que la rectitud de sus actos la hicieran de nuevo alcanzar su esplendor.
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