viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 12º El orbe de la muerte dorada

El inicio del camino se hizo en últimas horas antes del alba. Si algún agente del mal estaba aún presente en el pueblo se fijaría sin duda en una comitiva numerosa. Por tanto decidieron tener una avanzadilla, que la componían Altair, Dánae, Geoffrey, Thalion, Spugnoir, Maia y Elmo. A ellos acompañarían tres de los mercenarios, el escudero de Geoffrey y el Padre Terjon, quienes comenzarían a peinar la zona de acampada, cuidando de las monturas de la primera expedición mientras llegaba la segunda, dando tiempo para que los aventureros iniciasen su incursión.

Al salir de Hommlet una figura se acercó a su espalda corriendo. La barda Galamathan llegaba en una agotadora cabalgada para informar a sus compañeros de la cruzada. Agotada por el viaje no permitió que la dejasen atrás, había mucho en juego. Lo que no sabían sus compañeros es que la semielfa pretendía que acabasen pronto con el mal por otros fines, unas motivaciones ocultas que quizás jamás llegasen a descubrir.

El viaje transcurrió sin percance alguno. Ayudaron al montaje inicial del campamento y Elmo peinó la zona. Al llegar a la entrada de la cueva, unas huellas de poco más de un día delataban movimiento e inseguridad de su campamento. Confiando en los sentidos realzados de Dánae, siguieron por el ya trillado camino hasta llegar al segundo nivel subterráneo del templo, a las puertas del templo del agua. Sólo con cinco capas en sus haberes, decidieron avanzar Maia, Galamathan y Altair, escoltados por Geoffrey.

Al llegar a la sala principal encontraron que ésta había tenido algún tipo de actividad, puesto que la cortina que daba acceso a la sala de la piscina estaba quemada. Con las bendiciones pertinentes, entraron el mago y la semielfa, inmunes a su control mental. Los conjuros por ellos preparados para la ocasión no fueron suficientes, y todo parecía haberse hecho en vano. Maia entró corriendo en la sala y lanzó otra bendición sobre la criatura, pero ésta sometió la voluntad de la sacerdotisa. Lanzó un encantamiento sobre Galamathan y Altair, no siendo capaz de superar la férrea voluntad del mago pero sí la de la barda, a pesar de su resistencia racial. Geoffrey comenzó a tirar de ella, sólo para ver que era víctima de otro conjuro, pero el anillo que Dánae le había dejado brilló levemente y no surtió ningún efecto ni tuvo que hacer una lucha mental para sobreponerse a la plegaria a Trithereon. Angustiado, Altair cogió el cinto de la paralizada, lleno de viales de agua bendita, y lo dejó caer en la piscina, terminando así de destruir a la criatura y sacando a la semielfa de la habitación antes de que una nube de ácido estallase impregnando las paredes. Una vez pudieron entrar, vieron que la escritura del techo había desaparecido, aunque gracias a la memoria de Altair pudieron reconstruir el siguiente pasaje:

Sobre tres, bajo seis, descansan nueve - pero nunca nadie los verá.
Vil Bondad oculta por Justa Maldad por toda la eternidad.
¿Responderás, La que Responde? ¿Dónde está tu poder, rezar?
  Con el cachorro de Mitrik y de ahí hasta el fin de los días

Regresaron al campamento, compartiendo las nuevas con el Padre Terjon. Spugnoir aprovechó para hablar con Geoffrey sobre la hermana de Jamie, ya que el caballero le había cortejado antes, puesto que juntos compartían paseos por las noches, y el guerrero de Hieroneus le dio su bendición. No habiendo llegado aún el resto del grupo, inspeccionaron de nuevo la zona, encontrando pisadas frescas de bípedos reptilianos del tamaño de hombres. Inquietos, pero con una misión que cumplir, almorzaron y volvieron al acceso oculto del tercer nivel.

Spugnoir volvió invisibles a Dánae y a Thalion, quienes avanzaron con cautela. Horas a través de pasadizos serpenteantes les desorientaron, y sus compañeros les seguían a cierta distancia avanzando sólo cuando uno de ellos les susurraba que así lo hicieran.

Llegaron a una zona donde la roca pasaba a estar cubierta de mampostería, y aumentaron las precauciones. Al llegar a una sala amplia, un inmundo ser medio reptil medio gallo pareció ver a través del velo de la invisibilidad, y casi de la nada cruzó su mirada con Thalion, quien sintió cómo su sangre comenzaba a espesarse y su piel a endurecerse. Desvió la mirada en el último momento y retrocedió corriendo para avisar a sus compañeros sólo para ver un reguero de llamas correr por las paredes y encender unas teas que iluminaron perfectamente la habitación. Elmo desoyó el consejo del elfo y se lanzó para acabar con la criatura, seguido de Geoffrey. Altair lanzó un poderoso golpe de rayo, que además de al monstruo alcanzó a Dánae, quien absorvió toda la energía pasando a brillar, de modo que con la invisibilidad era una silueta que manaba luz.

Dánae fue la primera en darse cuenta de varias cosas. La primera, que en la sala había dos puertas. En segundo lugar, que detrás de una de ellas se había asomado una mujer. La tercera, que junto a la otra un extraño ciempiés había salido por un pequeño agujero, mirando todo con la atención que una de esas criaturas jamás tendría. Lo último, que el basilisco, pues eso era el monstruo contra el que estaban luchando, no era más que una ilusión, y así lo dijo a sus compañeros. Pero estos no conseguían llegar a creerlo, y tanto Thalion como Geoffrey quedaron petrificados por su mirada, de modo que todos los que eran víctimas de la ilusión los veían como estatuas de piedra, y los que no simplemente los veían paralizados.

El combate se recrudecía, y Dánae se dio cuenta de que el ciempiés había desaparecido. Oyó cómo alguien pronunciaba un conjuro detrás de la misma, y se acercó corriendo a abrirla, pero no pudo. Comprendiendo que había sido cerrada con llave, intentó forzar la cerradura, sin éxito por su parte. A su espalda, el caos se estaba formando entre quienes no habían superado la ilusión y quienes estaban explorando la habitación de enfrente, donde no encontraron a nadie. Thalion sospechaba de alguien invisible, correctamente, pero una figura femenina se materializó a la espalda de Maia asestándole una hábil puñalada junto a los pulmones, a la que sobrevivió gracias al anillo protector que había conseguido. La figura salió corriendo, perseguida por Geoffrey, Elmo y Altair, sólo para ver cómo se volvía invisible en el camino de huida.
La figura que huyó era Smigmal Manorroja
Asesina orca

Thalion estaba preocupado por el campamento del exterior. Pero un lanzador de conjuros se ocultaba tras la puerta que no habían conseguido aún abrir. Dánae entró a través del hueco del ciempiés, convertida en una sombra, para encontrar una habitación típica de un lanzador de conjuros con varios estantes llenos de criaturas embalsamadas, un mapa con inscripciones en los lados, una cama enorme y, justo en la esquina opuesta, de nuevo al ciempiés, que volvió a escurrirse por un agujero. Se giró hacia la puerta sólo para darse cuenta de que delante de la misma había una especie de barrera de aire sólido, que impedía que su mano llegara al otro lado. Volvió a salir sólo para que el extraño conjuro terminase, de modo que definitivamente podían entrar.

Registraron la habitación, y la que antiguamente era una asaltadora de tumbas se puso a intentar descifrar las extrañas runas que bordeaban al mapa que había en la pared. Una llamarada quemó el mapa y salpicó a todos los que estaban en la habitación, pareciendo que las letras que Dánae leía estallaban. Al menos, sirvió para ubicar la zona en la que estaban respecto a lo poco que conocían del tercer nivel.

Thalion encontró un pasadizo por donde había desaparecido el ciempiés. Comenzaron a seguirlo sólo para que Dánae escuchase otro lanzamiento de conjuros. Preparados para lo peor, llegaron a una habitación con varios objetos de distinto tipo, entre los que se encontraban una caja metálica cerrada sobre una mesa, y varios pergaminos y libros desperdigados. Altair aprovechó para percibir magia, encontrándose con que redomas, libros, pergaminos y múltiples objetos rezumaban de esencia mágica. Dánae forzó la cerradura de la caja metálica, y cuando metió la mano en el interior inspeccionando otras posibles trampas, su mano rozó un objeto, que no se pudo resistir a coger directamente, una pequeña calavera de oro con varios agujeros a lo largo de lo que sería una diadema en su frente, y conforme lo tomaba en su mano automáticamente le hablaba diciéndole quién era, qué poderes tenía y qué hacer para que funcionase el descenso con el trono de la planta superior del templo. Se trata del Orbe de la muerte dorada, una reliquia del mal, que Maia y Geoffrey se niegaban a tocar.

En ese momento, recordaron la profecía, pues sin duda en ella está la clave para la destrucción de este objeto del mal:

Los Dos unidos, en el pasado,
un Lugar por construir y conjuros por
lanzar. Su poder creció, y conquistó la tierra
y a las gentes a su alrededor, tal como
habían planeado.
Una llave sin cerradura ellos hicieron de
oro y gemas, y la cubrieron de conjuros:
un instrumento para ser empuñado por
hombres, para forzar a los poderes del Bien
a someterse.
Sin embargo, llegaron ejércitos, sus armas
desnudas, mientras el mal aún no estaba
preparado.
El Ciervo fue seguido por las Coronas y la
Luna, y gentes de las ciudades.
Los Dos fueron divididos; uno escapó pero
Ella, cuando llegó el día del juicio, rompió
la llave y guardó las piezas en cuatro cajas,
con mágicas cerraduras.
Al hacerlo, Ella quedó atrás mientras Él
escapaba. Fue encerrada entre los suyos;
su guarida se convirtió en su prisión y
desesperación.
El Lugar fue derruido, destrozado y
olvidado, encadenando el corazón del
poder del mal – pero la llave nunca fue
encontrada entre los escombros.
Él no sabe donde mora Ella en nuestros
días. Ella prepara el camino de sus esbirros,
el modo de levantar de nuevo Su Templo
con herramientas de carne, con hombres
mortales.
Muchos se han ido ya para morir en agua,
llama, en tierra o cielo.
Ellos no dieron con la llave de los ancianos
que debe ser encontrada – el orbe de oro.
Ten cuidado, amigo mío, porque tú
fracasarás, a no ser que tengas los medios
para buscar y encontrar las cuatro cajas, y
entonces escapar para siempre jamás.
Pero con la llave, podrías conseguir echar
abajo Su poder y codicia.
Destruye la llave y, cuando lo hayas hecho,
regocíjate, habrás ganado la batalla.


  Dánae asumió la responsabilidad de convertirse en la portadora del infame objeto. Éste le transmitió sus poderes, grabando como un hierro al rojo sus capacidades en la mente de la psiónica:
  - Intimidar a los sirvientes del mal más caótico.
  - Obediencia de estos sirvientes.
  - Envenenar con su contacto a quien desee.
  - Discernir la moralidad de quien quiera.
  - Averiguar si lo que dice alguien es mentira.
  - Control sobre el trono de la planta baja del templo, para bajar o ascender con él de las profundidades.

  Sus compañeros registraron el laboratorio del malvado mago, y encontraron multitud de objetos, entre los que destacó una bola de cristal. Thalion se la entregó a su compañero Altair: "Con un objeto como éste, el mago de mi tropa averiguaba dónde atacar al enemigo".

  Cogieron todo lo que pudieron con prisa, por si volvían los dueños de la zona con refuerzos.

  Al volver al campamento, les informaron de que habían escuchado un aleteo extraño. Sobre las copas de los árboles, con el eco de la colina cercana, alguna criatura grande había estado planeando. ¿Habría visto a los integrantes de la avanzadilla?

  Comenzaron a inspeccionar las cosas que habían traído. Una extraña caja resultó ser un altar plegable, en cuyo interior escondía la figura grotesca de una elfa de piel oscura con cuerpo de araña. Thalion miró aterrado, y ante su negativa de reconocer de qué se trataba la sabiduría del mago aclaró el tema: se trataba de Lolth, una diosa de los desaparecidos Drow, los elfos oscuros que murieron sepultados hace varios siglos. Al parecer, varios humanos malvados seguían adorándola, así como elfos de corazón corrupto.