Antes de descansar, Altair analizó dos cosas que le llamaban especialmente la atención. La primera era el diario del mago, en el cual había varias anotaciones que le hicieron pensar que iban sobre la pista correcta. Hablando de su señora, la diosa Lolth, dio a entender que él, una tal Smigmal asesina semiorca experta en disfraces, sin duda la que había intentado asesinar a Maia, y la gente que había en la torre de vigía eran una facción aparte, enfrentados contra las fuerzas del Templo del Mal Elemental, con quienes habían llegado a una tregua hasta que éstos asaltaron y ahuyentaron a sus hombres: "Confundieron nuestro ataque con el de fuerzas del mal de otra facción, ¡qué suerte hemos tenido!", concluyó el mago. Además, hablaba en su diario de los líderes principales del templo inferior, "sus odiados enemigos":
Barkinar. Clérigo de Zuggtmoy. En lo poco que tuvo tiempo el mago de leer se mencionaba la "corrupción de los elementos", y "convertir la neutralidad en maldad". Al parecer Barkinar le había amenazado con lanzar al hechicero malvado a uno de "los cuatro dominios de su señora".
Deggum era el segundo nombre mencionado, el ayudante de Barkinar. El infame adorador de Lolth, que en estos fragmentos mencionaba ya su nombre como el de Falrinth, tenía más trato más fluido, e incluso después del asalto se vieron en un par de ocasiones. Parece que además de bendiciones oscuras, Deggum controla la magia arcana "por supuesto, no a mi nivel", pero ambos sentían una pequeña conexión al ser lanzadores arcanos. "Ese bastardo de Deggum dice que tienen que haber sido las fuerzas de Iuz del templo inferior, pero no creo una sola palabra suya".
Senshock, el Alto Comandante y General de las poderosas fuerzas del Templo. También llamado Lord Hechicero del Templo Supremo, parece que fue puesto a cargo del lugar por la propia Zuggtmoy. Pese a ser mago, "se cree tan superior" que apenas se digna a hablar siquiera con Deggum. "Si las cosas se descontrolan, matando a Senshock se acabaría el problema".
El Comandante Hedrack: También llamado "La boca de Iuz", es el clérigo supremo de esta facción. Sólo coincidió una vez con Falrinth. "Tengo que reconocer que me intimidaba. Quizás el más peligroso de todos los habitantes del templo inferior. Ver el miedo que le tenían sus dos guardaespaldas ettins daba que pensar".
Por último, mencionaba a Lareth el bello: "He intentado que Smigmal encuentre su guarida y acabe con él. Lo llaman El Ungido, pero ése en verdad soy yo. Ha traído una bestia, comprada en la ciudad de Falcongrís. Al parecer, su muerte se ha predicho que ocurrirá cuando un arma roma destruya su mejor arma. Hay veces que estos adivinos son torpes al intentar rimar y no conseguirlo".
Tras cerrar el libro, Altair comenzó a inspeccionar la bola de cristal, confiando en que fuera algún sistema de espionaje que le permitiera tener alguna ventaja sobre las fuerzas del mal. Concentrándose, pudo atisbar algunos de los lugares en los que ya habían estado, tanto del templo como de su tierra natal. Pero recordó los consejos de su maestra de magia, su madre, de cuando le hablaba de estos poderosos objetos mágicos. El uso continuado podría provocar daños en sus capacidades arcanas. Por tanto decidió irse a dormir.
Se levantó inquieto. Y tras todo el día de trabajo ayudándose de Spugnoir, volvió a conciliar el sueño reparador de sus artes arcanas. Pero la mañana siguiente no tuvo más remedio que compartir todo lo que le había ocurrido con sus compañeros:
"Esta noche he tenido una pesadilla: soñé que os habíais ido sin mi al Templo. Un hombre barbudo, con armadura pesada y una especie de boina me guió junto a vosotros. Habíais bajado por las escaleras que usaba el prefecto Kelno. Allí había una habitación con cuatro puertas y eramos atacados: una hidra que regeneraba sus cabezas acabó con Geoffrey, a Elmo lo aplastó un monstruo parecido al que mató a su hermano, Maia fue destruida por una criatura de oscuridad, y Spugnoir fue aplastado por un elemental de tierra. En ese momento, Grosuk nos cubría enfrentándose a un gigante y huíamos en dirección sur. Entonces llegábamos a una sala coronada por extrañas estatuas, pero de repente surgían unas criaturas de luz contra las que no funcionaban las habilidades de Dánae, que moría al ser atacada por aquellas. Entonces, unos sacerdotes y Ettins nos acorralaban y nos llevaron al templo inferior. Allí, un anciano que expedía un hedor y destilaba maldad, acababa con nuestras almas. Entonces me desperté.
Aparte, he recordado algo: el culto de Lolth sigue activo. La demonio araña es adorada por algunos elfos malvados pero también en ciertas comunidades humanas. Pues bien, se dice que susurra secretos oscuros desde abajo, y que manda emisarios entre sus alimañas para servir a sus seguidores. Puede que el gusano que escapó fuera un emisario de la misma Lolth. Lástima que destruyéramos tan pronto el altar portátil. Podríamos haber sacado más información. Después de ello, los dos magos estuvimos analizando los grimorios para ver sus conjuros. Bastante avanzado el día, me puse con la bola de cristal. Tomé entre mis manos el objeto y sentí como el Arte recorría mi cuerpo desde mis dedos conectándome con la bola de cristal. Abrí mis ojos sin ver lo que había a mi alrededor y sentí como una zambullida en la magia que manaba desde la esfera. ¿Qué quiero ver? A mi cabeza llegó un recuerdo de lo que nos dijo el prefecto Kelno y pensé en Lareth el Bello. Las imágenes se fueron sucediendo a gran velocidad y, poco a poco, fueron ralentizándose y definiéndose.
De pronto lo vi: Lareth estaba un altar, rezando impías plegarias. Dos nobles elfos, con los reductos de su armadura, eran escoltados por dos gigantes por un pasillo pequeño hasta un símbolo extraño, un rombo de borde plateado y de interior rojo y naranja, con unos triángulos de color naranja surgiendo de la mitad de cada lado del rombo generando así una extraña estrella. Al llevarlos a ese lugar, los elfos se desvanecieron gritando de dolor, mientras el fuego manaba de dentro a fuera de su carne, y en su lugar un elemental de fuego surge de su interior. La criatura se retorcía pero Lareth le señaló con un extraño amuleto, forzando a la criatura a moverse hacia la habitación central, donde estaba el altar. Tomó luego por un pasillo simétrico al anterior, de modo que forzó a la criatura a entrar en otro símbolo igual,desapareciendo allí en mitad del aire.
- Otro elemental para el ejército de nuestros amos- dijo a sus asistentes.
Cuando volvió a la habitación central, se encontró con dos sacerdotes, arrodillándose delante de ellos.
- Amos. Ya he terminado el ritual. Con suerte, podremos descifrar el enigma del trono, y capturar a la virgen del bien que allí habita. Con eso, conseguiremos liberar a Iuz, quien dirigirá en persona a nuestro ejército. Podremos tenerlo todo listo antes de que llegue la cruzada de Trithereon.
- Lareth - respondió uno de ellos. - ¿Por qué dices en voz alta nuestros planes? Allí terminó mi visión para evitar ser detectado."
El silencio se hizo en la tienda de campaña. Sus compañeros se miraban los unos a los otros, y Thalion cerró con fuerza los puños, hasta casi hacerse sangre con las uñas.
-¡Lolth no existe!- estalló el elfo. -La expulsamos. Acabamos con los elfos oscuros hace tiempo, no es más que un cuento que se le dice a los infantes para que se porten bien. Ella acabó con los drow, nuestros hermanos corruptos.
-Thalion, escúchame- intentó calmarle el mago-. La diosa de las arañas, como te dije hace dos días, sigue recibiendo culto por parte de humanos y elfos corruptos. Pero ya hemos acabado con ellos.
-No hemos acabado con ellos, los hemos hecho huir.
-Ahora lo que importa es la virgen que menciona Altair -zanjó Geoffrey.
Se hizo el silencio. Todos se miraron los unos a los otros, y Dánae miró hacia otro lado intentando ocultar una sonrisa que sabía que nada agradaría a sus compañeros. Tras respirar, continuó Thalion.
-Lo que dices es sin duda lo más sensato Geoffrey, pero lo último que nos ha revelado Altair nos hace pensar que la virgen del bien está en peligro. Mientras investigabas, Altair, descubrimos en el primer nivel una sala de los agurios, al este del templo de la tierra. Si éstos no nos predicen que es una trampa o que el mismo Iuz nos espera ahí abajo, entonces bajemos por el Trono. No creo que tuvieras un sueño sin más, Altair. Yo...tuve el mismo sueño. No con la misma claridad, pero eran las mismas imágenes y acababa de igual forma. Sería extraño que ambos tuvieramos el mismo sueño, pero aún más lo es porque en realidad los elfos no soñamos... Puede que la gracia de algún Dios nos acompañe en forma de augurios en sueños, o quizá no hemos sabido interpretarlo. Pero sea lo que sea, creo que hay milagro divino o hechizo arcano detrás de todo esto.
Galamathan, la barda semielfa que les acompañaba, miró sorprendida hacia el elfo.
-¿Que has tenido un sueño? Pero si los elfos meditáis. Si hasta los mestizos tenemos problemas para tener algo así.
- La única respuesta posible es que el poder de un dios se halla abierto paso a través de las brumas para darte esa revelación -comentó Maia-. Y por la descripción del sueño de Altair, dos dioses aparecen en él: Iuz el infame y San Cuthbert, su enemigo.
Todos se miraron entre sí. El nivel del conflicto había implicado ya la acción de tres dioses. El sueño era sin duda profético.
Dánae, cuyas emociones pugnaban por salir, no tuvo más aguante, y dijo lo que pensaba desde hacía tiempo.
- Os lo dije. Desde que entramos con el primo de Thalion y descubrimos el altar. ¡Hay que entrar por ahí! ¡Lo dije! Es la clave. ¿He dicho ya que lo dije?
- Vale, pero necesitamos un plan -dijo Geoffrey sin cruzar con ella la mirada-. Llamad a Elmo y a los demás.
Se dividieron en tres grupos. En el campamento base se quedarían Jaroo con los mercenarios y el nada conforme Jamie, escudero de Geoffrey. Un grupo liderado por Elmo se dedicaría a asaltar el templo inferior y generar distracciones en los otros niveles, para que así tuvieran más tiempo el grupo principal: con él iban Sirsirmón, su compañero Ferdigarld, la barda Galamathan, el padre Terjon y Spugnoir. Y por último, para salvar a la virgen de la primavera, irían Altair, Thalion, Geoffrey, Dánae, Groosuk y Maia.
Al llegar ante el trono ambos grupos se separaron. Se despidieron con la sensación de que muchos de ellos no volverían a encontrarse, y tras todo lo que habían pasado en los últimos meses la despedida era triste y dura.
Dánae se sentó en el trono. Aunque conocían ya la combinación correcta de baldosas para poder hacer que bajase, el Orbe de la Muerte Dorada le permitía controlar la magia que le hacía descender y ascender. Así, ella y sus compañeros descendieron hasta un lugar que llevaba una década sin ser pisado por mortal alguno.
El trono llegó a un lugar horrible y desagradable, repulsivo y temible. La mampostería parec ía descascarillada y con manchurrones. Por todo el lugar se esparcían esculpidas formas fungosas con contornos y colores de pesadilla. Cada columna que se alzaba hasta el techo se retorcía y contraía con hongos intercalados. Los muros goteaban repugnantes exudaciones de légamos y babazas. Rojos extraños, amarillos desagradables, pútridos grises y horrendos azules se mezclaban en un vertiginoso remolino sobre el trono por el que acababan de descender, el cual se hallaba junto a otro gran sillón, esculpido para mostrar formas de hongos y humanos gritando de dolor mientras los hongos crecían dentro de su piel, alimentándose de sus cuerpos muertos y en descomposición, o creciendo desenfrenadamente de sus restos óseos.
A sus pies descendía un estrado de cuatro niveles con una talla en bajorrelieve de la representación de hongos, tizne, légamos, mohos, gelatinas y otras cosas horribles creciendo al devorar una masa compacta de humanos vivos y muertos. La demonia debía haber usado esta zonaa para ver a cautivos y sirvientes, los primeros para dirigirse a cualquier destino inenarrable que les esperase, los segundos emocionados ante el hecho de que les esperase un panorama bien distinto, mientras sirviesen correctamente a Zuggtmoy. Las proyecciones se asemejan a vegetaciones podridas que cubren los muros, y cada una despide una tenue pero penetrante iluminación.
Altair condujo a sus compañeros hacia una escalinata que descendía a su diestra nada más descender del trono. Algo en su interior le decía que no debían ir hacia el lado contrario, sin duda una advertencia del propio San Cuthbert.
Descendieron con cautela, encabezando la exploración Dánae escoltada por Geoffrey y Thalion. Su sorpresa no fue para nada somera cuando encontraron tres columnas altísimas, que entre los muros de mármol negro con vetas rojas del color de la sangre destacaban con un brillo mundano, que llevó a que la antigua saqueadora se emocionase como hacía tiempo que no hacía: "Dinero, éstas columnas están hechas de dinero. No monedas, amigos, sino que parecen compactas... una de electro, otra de oro y la tercera de platino. ¿Sabéis cuánto pueden valer?".
Tras calmar su excitación, avanzaron, y a diez pasos tras las extrañas columnas, el hall se abrió a una amplitud que doblaba las impresionantes. Un enorme estrado de alabastro translúcido dominaba el extremo opuesto del lugar. Ante esta plataforma escalonada se descubría un dispositivo mágico a lo largo del suelo, un hexágono cuyos dos triángulos equiláteros que lo entrelazaban y el círculo que los rodeaba, parecían estar hechos de electro fundido. Las sobresalientes esquinas de los lados del hexágono del centro brillaban con diferentes colores: rojas, naranjas, amarillas, verdes, azules e índigos. El centro de este dispositivo latía con una luz púrpura pura.
En lo alto del estrado, un trono de plata lo gobernaba, adornado con cientos de piedras preciosas, que formaban rostros lascivos de demonios, calaveras, hongos y dibujos similares, de todos los colores, tamaños y formas. Junto a su asiento un tapiz de un púrpura intenso, trabajado en rojo, verde, ocre y blanco, mostraba la ya repetitiva pero no por ello menos angustiosa variedad de hongos que acompañaba este nivel. Resultaba difícil discernir detalles del trono o del tapiz posterior, ya que el extremo oeste de la habitación estaba tenuemente iluminado y envuelto en una neblina negra.
Conforme los aventureros se aproximaban evitando tocar el símbolo místico del suelo, atisbaron una pequeña mujer fea y gorda sentada en el trono, casi imperceptible en el enorme asiento. De repente, se encogió y chilló, gritando:
-¡No os llevaréis mi tesoro!Podéis llevaros mi pilar de electro. ¡Marchaos!
- Tranquila, mujer. Hemos venido a salvar a la virgen de la primavera -habló Thalion sin dar tiempo a que ninguno de sus compañeros hablase.
Dánae miró al elfo con los ojos muy abiertos y sorprendidos. Respiró con intensidad. Detrás de ellos, Altair se movía inquieto, sin que nadie se fijase en la lucha que se estaba produciendo en su interior.
- De acuerdo, ¡llevaos la de oro! ¡Pero marchaos, y dejadme en paz.
- Por favor, cálmaese. No queremos llevarnos nada que sea suyo.
La sorpresa de Dánae aumentaba. ¿No sabía el elfo el valor de los pilares? ¿No lo había avisado? Miró hacia atrás y no prestó atención alguna a los sudores que recorrían la frente del mago.
- El favor os lo pido yo a vosotros. El de platino. ¡Os regalo el de platino! Pero dejadme en paz.
- Señora -interrumpió esta vez Geoffrey-. Insistimos en que no queremos robarle nada.
- ¿No queréis aceptar mi trato?
- ¡Quieres callarte y escucharlos! -gruñó Groosuk a su espalda.
- ¿Rechazáis mi oferta?
- Sí, la rechazamos. No tiene que darnos nada, no estamos aquí para robarle -dijo Geoffrey algo intranquilo.
En ese momento, un rayo salió del centro del símbolo del suelo, impactando a la anciana y vaporizándola con una fuerza que pareció ascender a través del suelo del templo hasta crear un fino agujero que había atravesado todo hasta llegar a los cielos. Todos se quedaron estupefactos mirándose los unos a los otros. El rostro del mago no mostraba signo alguno del esfuerzo que había estado haciendo, ni recordaba haber hecho nada, por lo que ni él ni sus compañeros le prestaron atención alguna.
La incertidumbre ante lo desconocido y el miedo ante poderosas fuerzas primigenias dieron paso a la curiosidad. Necesitaban comprender, y por ello inspeccionaron el lugar. Debajo del templo no había nada extraño. Geoffrey y Dánae ascendieron seguidos de cerca de Thalion, mientras Groosuk se quedaba cerca del hechicero y la sacerdotisa por si éstos necesitaban protección.
Llegaron ante la cortina de terciopelo. Recordando problemas del pasado, por si tomaba vida, decidieron no tocarla con sus manos. Dánae sacó su espada corta y descorrió con calma el velo, sólo para encontrarse detrás a la temida Zuggtmoy en todo su esplendor. Raíces enredadas en una maraña putrefacta donde debieran estar sus piernas, torso de mujer acompañado de varios tentáculos prensiles que parecían surgir de su espalda, y un rostro bello coronado con dos extraños cuernos que tapaban parcialmente una cabellera fungoide que se alzaba a tres metros de altura del punto más bajo de lo que otro ser tendría como pies.
Las palabras salieron de la boca de Dánae en un estertor de miedo, con un banal "¡uy, coño!" que dio que pensar a quienes no estaban afrontando el horror que tenía ante ella que no era tal el peligro que se le cernía. "Dame el orbe de la muerte dorada", rugió con una voz más allá de esta realidad, pero Dánae intentó usar en ese momento los poderes de la calavera contra su creadora, quedando el futil intento en que su voluntad tuvo que luchar contra cierta compulsión a entregárselo. Dio un par de pasos hacia atrás, lo suficiente como para que Geoffrey se abriera paso para defenderla, y con una velocidad que parecía impropia de tan enorme criatura lanzó dos tentáculos que agarraron las extremidades del caballero, lanzándolo bajo sus raíces y aplastándolo, de forma que apenas quedó un hálito de vida en su interior. Thalion rugió entrando en combate, y otras dos raíces surgieron de detrás de la espalda de Zuggtmoy. Intentando defender a sus compañeros se dio cuenta de algo importante, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca Dánae y Geoffrey salieron corriendo dejando atrás al elfo delante de la demonia de la podredumbre, de forma que sólo una mirada de comprensión por parte del mago de que algo importante se iba a decir fue lo último que el mirmidón elfo compartió antes de que la vida se le escapase aplastado por la siniestra divinidad.
Altair se dio cuenta de que la bola de cristal que había usado para explorar toda la zona era una trampa urdida por la propia Zuggtmoy. Todo el tiempo había sentido en su interior la llamada para venir a esta zona, y el objeto, que creía haber dejado en el campamento, estaba en su mano compeliéndole a convencer a su compañera de que le entregara el artefacto maldito a su creadora. Con un esfuerzo supremo, y tras la muerte de su compañero, arrojó con fuerza contra el suelo la bola, cuyos cristales se esparcieron con violencia.
La diosa miró a todos, y lanzó un encantamiento que la volvió invisible ante los ojos de los presentes. Maia cogió a Altair y tiró de él hacia la salida por donde habían venido, mientras Groosuk corría a recuperar el cuerpo de su amigo caído.
- Groosuk, te dejo aquí una poción de curación para que se la des a Thalion -dijo Geoffrey en mitad de la carrera, dejando el objeto en el suelo.
Dánae y el caballero pasaron más allá de las columnas, y comenzaron a ascender por la escalera hacia la habitación por la que habían bajado. Altair retrocedió detrás de las columnas y lanzó un hechizo que le permitía ver a las criaturas invisibles. Y gracias a esto vio cómo Zuggtmoy se movía por las paredes hasta llegar al techo, haciendo que sus raíces se adhiriesen como siniestros tentáculos prensiles. Y se colocó esperando justo encima de la poción.
- Groosuk, no cojas la poción. Zuggtmoy te está esperando ahí.
Los ojos de la diosa se cruzaron con los del mago con una mirada de odio que hizo temblar al viejo marinero. Cayó al suelo y reculó brevemente, pero también se dio cuenta de que la demonia no avanzaba más allá de las columnas.
- Por el lado sur, allí no te cogerá.
Zuggtmoy lanzó un rayo místico, que habría hecho que cualquiera se diera la vuelta y corriese en el sentido contrario. Pero el entrenamiento como bersérker de Groosuk surtió efecto, y sus pasos no se vieron en absoluto mermados hasta llevar al cuerpo de Thalion junto a sus compañeros en la sala central, delante del trono. Descubrieron que aquél con el que habían descendido no estaba en la habitación.
Delante del cuerpo de su amigo, cuya alma estaba ya de camino al reino de Corellon Laethian, se miraron los unos a los otros. Fue Altair quien rompió el silencio.
-Justo antes de morir, nuestras miradas se cruzaron. Lo siento, parece ser que la bola de cristal en verdad daba cierto control sobre nosotros. Como Thalion me la entregó, Zuggtmoy consiguió abrirse camino a sus sueños, y ha intentado guiar mis pasos. No quería en ningún momento que tomásemos ese pasillo, por lo que supongo que la salida estará por ahí. Pero Thalion... él antes de morir había descubierto algo. Y no le dio tiempo a contárnoslo.