Cansado de esperar, Geoffry planteó inspeccionar la planta superior del subterráneo del templo. A partir de las indicaciones de Zert, decidieron explorar un corredor lateral. Allí cayeron en una trampa de necrófagos, necrófagos mayores y arpías, pero por suerte no tuvieron que lamentar ninguna baja y encontraron una cota de mallas élfica. Debilitados, y tras haber estado a punto de morir Maia, volvieron a Homlet. Geoffry, que había alentado a la incursión, cayó malherido por la enfermedad de los necrófagos: una terrible afección cuyo debilitamiento hacía que apenas pudiera alzar su espada y mucho menos vestir su pesada armadura. A pesar de todo, pudo asistir al ajusticiamiento de Zert, que como espía del templo del mal elemental fue decapitado en secreto bajo la mirada de sus captores y del consejo de sabios de la ciudad, siendo enterrado en la casa de la villa.
Y las lunas de Oerth son caprichosas, por lo que en plena debilidad del noble guerrero llegó el joven druida cuya ayuda había sido solicitada a través de la mediación de Jaroo. Se trataba de apenas un mozalbete que llegaba del norte de Furyondia y que respondía al nombre de Salmeifer. Entusiasta y risueño, partió hacia Nulb con los aventureros y Maia, prestos a hacer una incursión que desvastase al Templo del Fuego.
Decidieron descolgarse por el pozo central, llegando al segundo nivel a una sala octogonal en cuyo centro había un círculo de bronce de seis metros de diámetro, y con cuatro puertas una indicando a cada punto cardinal. Además, la sala tenía un altar y varios braseros, que despedían un hipnotizador olor suave y dulzón. Thingur fue el primero en bajar y el primero también en explorar la sala. Cuando el siguiente, Alastar, estaba a punto de descolgarse por la cuerda, el buen pícaro-mago vio que sobre la mesa había un instrumental de cristal, parecido al que había saqueado en la parte superior. Al cogerlo, un chillido extraño manó de la misma, y tanto él como el semielfo sufrieron un impacto en su alma que derribó al pobre Thingur y lo dejó al borde de la muerte. En ese momento, un siniestro viejo conocido, hizo su aparición: la figura de oscuridad primigenia que cambiaba de tamaño. Surgió de un pasadizo secreto en una de las paredes de la sala y Alastar consiguió acabar con la criatura dando tiempo a que Salmeifer salvara a su compañero elfo de un amargo toque de la muerte.
Bajaron todos los demás e inspeccionaron la habitación, descubriendo otros dos pasadizos secretos. Pero Dánae no se contuvo ante la tentación de inspeccionar ella el altar, y volvió así a convocar el hechizo protector del mismo que volvió a sumir a Thingur en un estado de semimuerte acompañado esta vez de Salmeifer. Maia y Dánae estabilizaron a sus compañeros, y decidieron buscar un sitio seguro donde descansar hasta que la magia volviera a poder surtirles efecto.
A la mañana siguiente volvieron a bajar. Esta vez tomaron la salida que según su mapa les llevaría al Templo del Fuego. Estaban a punto de poner en marcha su plan cuando unos osgos llegaron corriendo de otro pasillo, atraidos sin duda por la maldición de Altair. Éste se negó a huir de su destino por funesto que fuese, y conjuró un rayo que fulminó a dos de las criaturas y debilitó a otras. Los clérigos del templo del fuego salieron a auxiliar a sus ayudantes, y la lucha fue cruenta, dominada por el grupo de héroes. Sólo dos sacerdotes huyeron con vida, destacando entre los caídos el jefe de la guardia del templo, quien portaba una espada cuyo filo quemaba al sajar como una antorcha.
Temerosos de que hubiera más fuerzas del mal, o que pudieran haber llamado refuerzos, decidieron tomar lo que pudieran. Corrieron a la habitación principal y cuando el mago estaba terminando de ascender la puerta que conducía al templo de fuego se abrió de golpe, dejando ver una criatura ígnea con cuerpo de serpiente y torso humanoide que blandía un tridente con sus dos manos. Thalion el elfo, Alastar, Maia y Dánae dieron cuenta de la criatura, mientras Thingur y Salmeifer se protegían. Abandonaron el templo a toda prisa, y se dirigieron a Hommlet, para preparar la incursión siguiente.
Geoffry acompañó a Altair a terminar una transacción con los magos de Verbobonc. Los servicios no iban a ser baratos, pero quizás mereciera la pena pagar las cinco mil piezas de oro que cobraba el gremio de magos para cambiar la armadura mágica de los Osgos por otro objeto más útil para la misión actual. Y como suele ocurrir, las casualidades de la vida llevan a que cuando unos se van, otros vienen, y de modo que el nutrido grupo de aventureros se vio engrosado por la gran aportación del pequeño Resnis, el mediano que había comenzado esta aventura con ellos. Durante la última estación había estado en Verbobonc, en la infructuosa misión de encontrar las conexiones entre el Templo y los gremios de ladrones en esa ciudad amurallada.
Como ya venía siendo costumbre, Maia, la sacerdotisa de Trithereon, se reunió con sus ya compañeros de armas para insistirles en no dejar pasar el tiempo. Las palabras de Thalion habían calado en su corazón: un enemigo herido tiene que ser rápidamente abatido. Así, se pusieron de acuerdo en hacer un asalto rápido al templo de fuego y de este modo acabar con los últimos de sus supervivientes. Tras un par de días se equiparon, encargaron unas nuevas capas rojas con los bordados del templo al sastre local, y partieron hacia Nulb. Esta vez, siete eran los que marchaban, un número que había demostrado darles suerte: Salmeifer, Maia, Thingur, Thalion, Resnis, Alastar y Dánae.
Al pasar por Nulb, informóles Otis de que en el Hostal de la Ribera (también conocido como el Hostal de la Orilla), habían estado intentando captar miembros para uno de los templos. Se había enterado porque habían sido mucho menos sutiles que otras veces, lo que indicaba ante la permisibidad que al menos uno de los miembros de dicho local era un agente del templo de fuego.
Llegaron a la cabaña en cuyas cercanías estaba el acceso secreto al templo. Justo antes de entrar encontraron unas huellas frescas que se dirigían al tercer nivel. Decidieron no seguir esta pista que les desviaría de su misión actual, de modo que llegaron a través del pasaje a la torre de vigilancia, de ahí a la planta del templo y de ésta bajaron por el pozo central al segundo nivel subterráneo. Decidieron buscar otro acceso, y cogieron por la puerta sur, que daba a un pasillo casi cuadrangular con un pequeño conducto de tres metros al norte colindando con la sala circular, y otros tres metros al sur que daban a la puerta de acceso al nivel superior. En plena exploración, un viento los llevó hasta la mitad del pasillo, arañando la carne de Thalion, Alastar y Thingur, dejando maltrecho a este buen elfo. Dánae se expuso a esos vientos y sanó a su compañero, llevándose también daño en el proceso.
El pasillo oriental daba al templo de fuego, pero estaba provisto de otra trampa parecida a la anterior. Descubrieron que si portaban la capa apropiada no se activaría, por lo que Dánae fue a la puerta seguida de Alastar y Thalion. Mientras, Thingur consiguió retroceder hasta la sala central ayudado de la capa que tenían gris, perteneciente por tanto al templo del aire.
Dánae se convirtió en una sombra, y atravesó el portal. El grupo no se había puesto de acuerdo con qué iba a hacer exactamente, y cuando habían pasado unos minutos decidió entrar por la fuerza por si su amiga estaba en peligro. Al abrir la puerta coinicidió con la vuelta de su compañera, pero vieron que había tres Salamandras armadas con tridentes al otro lado. Cerraron la puerta y retrocedieron, pero las criaturas de fuego se abrieron camino y comenzaron su ataque. La trampa del pasillo se activó. Las paredes se llenaron de llamas que envolvían a las criaturas del templo del fuego, pero al ser inmunes lo único que consiguieron fue inspirar aún más miedo en los aventureros que retrocedían a la única zona segura del pasillo. Allí, Thalion, Alastar y Dánae se prepararon para presentar batalla a estas criaturas, y Maia pasó a su lado a pelear, exponiéndose a la trampa dejada por el templo del aire, para apoyar a sus compañeros. Resnis, Thingur y Salmeifer, sin ningún arma en su mano capaz de ayudar a sus compañeros, se quedaron en la sala central, sólo para descubrir que todo era una trampa preparada por el sumo sacerdote del templo de fuego, puesto que dos hombres lobo aullaron al acceder a la sala.
Salmeifer consiguió durante unos minutos esquivar a uno rodeando el altar, que era una trampa que ya le había estado a punto de costar la vida. Su adversario también tenía miedo de dicha trampa. Thingur intentó hechizar al suyo, y cuando no pudo conseguirlo lo empujó contra la trampa del aire, quedando el licántropo al final a la vera de Dánae. Cuando Resnis iba a saetear a uno, apareció un sacerdote por la puerta lanzando un conjuro. El brillante mediano se movió a una velocidad más rápida que el ojo, y ensartó el hombro del sacerdote haciéndole una fea herida. Tras este sacerdote, una figura humana entró en la sala, seguida de dos Osgos, que cargaron contra el mediano. Preparando su siguiente virote cayó ante una estocada en el corazón, mientras el sacerdote hechizaba a Salmeifer y lo dejaba completamente paralizado. Thingur, viéndose superado, lanzó un conjuro cegador contra el otro de los hombres lobo, quien estaba ignorando al druida y cargaba contra él. Thingur saltó en el último momento, haciendo que el hombre lobo tocase el altar mientras que el elfo saltaba a través de la trampa del aire junto a sus compañeros, haciendo que el sacerdote muriera e hirieran a los Osgos y al licántropo.
Prefecto Allrem |
Llegó el momento de decidir. Maia y Dánae apostaban por acabar con la vida de los prisioneros allí mismo, administrar justicia por la muerte de sus compañeros y de todas las vidas inocentes por ellos sesgadas. Thingur y Thalion en cambio presionaron por llevarlos vivos como fuera a Verbobonc. Alastar acabó dirimiendo que acabaran con uno de ellos, y decidieron que la suerte marcase quién seguiría con vida para ser interrogado mágicamente. Wat tuvo la suerte, aunque recordando el destino de Romar, el ayudante de Gremag, quizás no haya tenido suerte para nada.
Tras esto, bajo las indicaciones de Dánae, intentaron conseguir información sobre una extraña caja que estaba oculta en la pira del altar de fuego. Pero todo fue infructuoso. Al final, optaron por esperar al día siguiente a que Thingur pudiera discernir qué había de magia, y se hicieron fuertes en este lugar. Dánae intentó levantar la caja con el poder de su mente, pero era demasiado pesada, por lo que entró protegida contra el calor por sus nuevos poderes. En su interior guardaba una poderosa y parlante espada larga, llamada Cortafrío, que perteneció antiguamente a un conde de Furyondia llamado Rominar, que sólo podía ser usada por alguien de corazón puro y con nobles propósitos. Decidieron llevársela a Geoffrey.
Cortafrío |