viernes, 11 de noviembre de 2011

Capítulo 2º La barbacana del foso

  A primera hora del amanecer se vieron los aventureros con sus nuevos aliados, Kobort y Turuko, desayunando en la posada. Las puertas de la misma se abrieron con un estruendo, que sin duda despertó a los que la noche anterior habían aguantado más tiempo. En el umbral, una figura tosca y pertrechada, con un hacha de batalla colgando del cinto, se mostraba intimidatoria. Pero toda tensión del ambiente se disipó cuando expresó sus primeras palabras, con torpe ceceo y mal graciejo.

  Elmo, el explorador del pueblo, se presentaba de manera campechana causando una buena reacción en todos los varones del grupo, y no tan buena entre sus hembras. Kobort y Turuko se negaron a que les acompañase, pero el resto de los aventureros impusieron la presencia del que parecía ser la mejor, pues tanto conocía la localización de La barbacana del foso como podía guiar por senderos extraños, siendo quien con más detalle conocía las cercanías.

  Antes de abandonar la aldea, cuando estaban pasando junto al castillo en construcción, unos soldados se acercaron y pidieron a los aventureros que esperasen. Al cabo de un rato apareció uno más veterano y mejor equipado que los demás, presentándose como Rufus, el socio de Burne, líder de Los tejones de Burne, un grupo de mercenarios al servicio del Vizconde de Verbobonc que se encargaban del orden y la defensa de la aldea. Preguntó por las intenciones de los aventureros y les avisó de que lo que obtuviesen de los bandidos tenían que presentarlo ante ellos, pues algunos bienes habían sido robados a gente de la localidad.

  El viaje fue rápido y poco accidentado. Cuando se acercaron a la puerta, la indecisión hizo miedo del grupo: ¿usar tácticas que fuercen la salida de los bandidos? Ninguna funcionó. ¿Acercarse cubriéndose en lo posible en la espesura? Parecía la mejor opción, pero esta edificación se había hecho para la defensa y se hallaba en un claro del pantano, quién sabe cómo se habría podido construir ahí, por tanto el acercamiento parecía casi inviable.

  Bordeando el foso, pasaron cerca de un estanque, del que unos sapos gigantes saltaron, pillando por sorpresa a los aventureros. Pero unos tajos de Geoffry y Kobort acabaron con esas asquerosidades.

  Cuando llegaron a la puerta, vieron a unos bandidos en fuga. Una rápida carrera hizo que no pudieran dar la alarma, acabando con su vida y preparándose para asaltar el interior. Allí pillaron por sorpresa a los bandidos, y pudieron acabar con ellos sin sufrir baja alguna. Registrando las pertenencias, Alastar encontró un pasadizo que se adentraba a los niveles inferiores. Ataron a los bandidos supervivientes y comenzaron a bajar.

  Lo primero que se encontraron fue con dos puertas secretas, una a cada lado. Decidiéronse a abrir la occidental, tras escuchar una profunda y fuerte respiración. La sorpresa fue mayúscula cuando se encontraron a un ogro, que reaccionó ante su ataque. Pero muchos eran los que habían tomado la ofensiva y, por suerte, no llegó a hacer mucho daño antes de caer. En una habitación adyacente tenía tres prisioneros, dos mercaderes y un gnomo, quien recompensó a Dánae con un anillo de la amistad de los gnomos cuando los liberó.


  Uno de los mercaderes había perdido una pierna, devorada por el ogro. Los héroes lo subieron y lo dejaron al cuidado de Resnis y Geoffry, equipándolos y preparándolos por si tenían que huir.

  La exploración continuó, encontrando decenas de armas y armaduras preparadas para ser usadas en cualquier momento. Esto no era cosa de los bandidos, sino de alguien más, parecía que se estaba preparando un pequeño ejército. Además, encontraron unas extrañas túnicas negras con bordados dorados de una pupila con un escarabajo en su centro, y una calavera por el otro lado.

Avanzaron con cautela, pero se vieron asaltados por unos muertos reanimados por oscura magia, que provocaron el caos. Dánae aprovechó para buscar otra ruta de salida ante el temor de ser acorralados por criaturas que parecían no recibir apenas daño de los hábiles lanzazos de Jaila, lo que se convirtió en un error que podría haberle costado la vida: una sustancia verde cayó sobre ella y empezó a hurgar en su carne devorándola a su paso.
Mientras Alastar, Elmo, Turuko y Kobort apoyaban a la amazona, Altair dio con la clave casi apenas sin tiempo para salvar a su otra compañera. Brend aprovechó para subir detrás de su compañera, y se vio asaltado por una hueste de ratas. Bajó corriendo y Altair le salvó usando un encantamiento que las dejó durmiendo en el suelo. Dánae estaba agonizando, por lo que Brend llamó con fuerzas a su dios Heironeus y gracias a la labor de mago y clérigo pudieron estabilizar a su compañera, tan sólo a unos segundos de haberse convertido en otra masa verdosa.

  Pero privados de la fé de Heironeus y los milagros de su sacerdote, apenas podían contener a las criaturas. Elmo pidió a sus compañeros que salieran, y se quedó asestando golpes mientras los demás subían por las escaleras que habían quedado fuera de peligro.

  Volvieron al pueblo, con las malas noticias de que una fuerza se estaba haciendo fuerte en la zona. Elmo se llevó aparte a Brend, y le dijo que no hablase con nadie de lo que había ocurrido, que temía que los que estaban preparando eso tuvieran infiltrados entre la gente del pueblo, por lo que pedía a tan noble sacerdote que guardaran con celo lo que habían descubierto y vigilara a sus compañeros, en especial a los que se habían unido a ellos la noche antes. Tras esto, prometiendo que volvería lo antes posible, tomó un caballo y se perdió por el camino del norte, rumbo a Verbobonc.

  Pero Brend, abrumado por los acontecimientos, se olvidó de mencionar lo que el rudo pueblerino le había dicho. Así que, cuando quisieron darse cuenta, sus compañeros habían mencionado cosas al Padre Terjon, a Jaroo, a Rannos Ravl y a Rufus. Y al joyero local y cambista local, Melubb, un hombre inquieto y algo indeciso cuyos ropajes de colores vívidos desentonaban con el estilo práctico de vestir del resto de las gentes.

  Kobort aprovechó para irse, parecía que había mucho más peligro del que estaba dispuesto a soportar. Su marcha por nadie fue llorada, ni siquiera por su compañero Turuko, quien se quedó para apoyar a los héroes.

  Fue Jaroo quien dijo que iban a organizar una leva. Un pequeño ejército en las cercanías, no podían permitir que se alzase. Así, dio unas horas a los aventureros para que avanzasen antes de que Foltis, el padre de Elmo, dirigiese a la milicia local hacia la zona, apoyada por los Tejones de Burne. Tras recibir las bendiciones el día divino, se fueron pronto a descansar.

 
Jaila y Altair aprovecharon la buena noche, con la inquietud del momento, para relajarse cada uno haciendo lo que en su tierra estaban acostumbrados. Ella, cabalgar a lomos de su montura. Él, pescar. Fue entonces cuando vieron una sospechosa figura en la otra orilla, que se movía al amparo de la oscuridad. Cruzaron a la otra orilla, maldiciendo el mago no tener ningún conjuro preparado porque se estaba preparando para la siguiente expedición. Interceptaron al espía, quien opuso resistencia. Jaila hizo todo lo posible para vencerlo sin acabar con su vida, pero la punta de su lanza atravesó el cuello del pobre desgraciado, sin poderlo por tanto interrogar.

  Alastar fue avisado, y rastreó la zona hasta encontrar una piedra que había sido movida hacía no demasiado tiempo, un poco al norte del campamento de los trabajadores del castillo. Pero no había tiempo de investigar, en unas horas debían partir o todo se habría estropeado.

  Llegaron a la Barbacana con las primeras horas del alba. Esta vez, sus pasos se dirigieron al pasadizo directamente. Allí, acabaron con los muertos restantes con gran celeridad, y encontraron otro pasadizo secreto justo en la habitación de al lado, que bajo una mesa de tortura aún tenía manchas de sangre demasiado recientes.


El camino condujo a una guarida de necrófagos, unos muertos vivientes más poderosos. Sin la valentía de Geoffry, sin duda hubieran perecido varios de sus compañeros. Pero el guerrero, malherido y con sus extremidades entumecidas por el veneno goteante de los zarpazos y mordiscos de las criaturas, pudo mantenerse firme hasta que los demás llegaron a prestarle apoyo.

  Osgos y Grantrasgos cayeron en el avance de estos héroes, e incluso un extraño crustáceo gigante que habitaba en una extraña fosa.


  Y fue en estas extrañas circunstancias cuando empezaron a elucubrar sobre quién podría ser un traidor. Las sospechas caían sobre el Padre Terjon, ¡pero cómo podía haberse producido algo así en un culto como el de San Cuthbert!

  En estas tribulaciones estaban cuando una trampa saltó. Los campesinos habían avanzado con varios de los líderes tanto espirituales como marciales. Y un rastrillo pesado había formado un tremendo ruido al dejarse caer, con un sonoro gong creado mágicamente para avisar a los defensores. Encerrados con los héroes, unos campesinos que seguían al Padre Terjon y otros que iban con el druida Jaroo se habían separado de los demás. Por suerte, encontraron una ruta de salida alternativa, por la que los líderes espirituales mandaron a sus acompañantes mientras se quedaron con los héroes a punto de explorar la única puerta que quedaba por abrir.

  Lamentablemente, no contaban ya con la sorpresa, y la táctica que habían reservado para esta entrada se vio frustrada cuando un clérigo malvado invocó un funesto silencio en la zona donde se hallaban nuestros héroes, de modo que no podían articular magia que les protegiese. Geoffry decidió cargar, seguido de su compañero, el sacerdote del culto al que él adoraba, Brend. Dánae y Jaila les siguieron, y tras éstos Turuko, Resnis, Jaroo y Terjon. Los demás habían ido con los campesinos a buscar ayuda.

  La situación se volvió más angustiosa aún. Las fuerzas del mal presionaban con soldados humanos que hacían una primera línea impenetrable de escudos,
justo delante del campo de silencio. Y, para más agobio, el agente impío lanzó otro encantamiento, que sumió en una temible oscuridad la zona donde estaban los aventureros. Geoffry avanzó todo lo que pudo, pero cuando pudo al fin ver algo, la brillante mano del clérigo malvado cayó sobre su rostro, haciendo que esta vez la ceguera fuese permanente.

  Parecía todo perdido cuando Jaroo salió de la zona de silencio, y pidió a sus compañeros que levantasen sus escudos. Pasara lo que pasase, oyesen lo que oyeran, no debían dejar ninguna brecha abierta para que perdiese la concentración. Mientras el padre Terjon usaba un milagro para devolver la vista al buen guerrero, Jaroo lanzó una plegaria a los espíritus de la naturaleza.

  Envueltos en la oscuridad, los gritos agónicos de los soldados del mal llegaban a sus oídos, ya fuera de la zona de silencio. No sabían de qué se trataba, pero apenas pudieron Brend y Jaila detener los embites. Por suerte, lo consiguieron. A la orden de Jaroo se encontraron que de la más de una decena de soldados sólo quedaban dos, el sacerdote y su lugarteniente. Dánae intentó ir por el primero, mientras sus compañeros se encargaban del segundo. Geoffry cayó malherido y fue atendido de nuevo por el Padre Terjon, pero fue suficiente para que Jaila acabase con su rival.

  Dánae no pudo evitar que su rival retrocediese hasta una habitación atrás, y se encerrase en ella. Intentó la asaltadora de tumbas forzar la cerradura, pero la tensión del momento hizo que no obtuviese los resultados deseados. Brend y Jaila derribaron la puerta a empujones y, al hacerlo, encontraron que no había nadie.

  Aprovechando la confusión, un invisible sacerdote del mal huyó, habiendo antes recogido los objetos más relevantes. Pero había dejado tras de sí una carta firmada por él, bajo el nombre de Lareth.


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